Hablar con propiedad y entender con tino son condiciones importantísimas para comunicarnos correctamente. Nuestra lengua es un patrimonio que fue enriqueciéndose a través de los siglos y que no pertenece solo a los españoles, sino a todos los hispanohablantes. Hoy el idioma español es hablado por entre 450 y 500 millones de personas en todo el mudo, y el segundo más estudiado, después del inglés. Pero no en todos los lugares donde se habla español las palabras tienen la misma acepción. Los países iberoamericanos, sobre todo, utilizan términos que extrañan a los españoles y que suelen dar lugar a situaciones cómicas y, en ocasiones, comprometidas para unos u otros. Así el verbo “coger” tan común en nuestro país, tiene una acepción bien distinta a la nuestra en Argentina o Méjico, significa “follar” (con perdón); la palabra “pico” en Chile hace alusión al miembro viril, al que también definen como “moquilleitor”. Como éstos hay muchísimos términos que, formando parte de la misma lengua, significan cosas muy distintas dependiendo del lugar donde se empleen.
Una señora llegaba a Buenos Aires desde Madrid acompañada de su hija, una auténtica belleza, y de su pequeño perro. Requirió los servicios de un taxi para trasladarlos al hotel y cuando el taxista se disponía a acomodar los equipajes en el maletero del coche la señora le dijo “¿Me coge el perro, por favor?”. El hombre, sorprendido y ofendido, tardó en responder: “Mejor le cojo a su hija, señora”. Evidentemente el taxista terminó por no “coger” a ninguno de los dos. Algo similar le ocurrió a un ingeniero langreano que trabajaba en Méjico. Acordaba un viaje de inspección con un compañero mejicano y se planteaban quién llevaría el coche. “Yo te recojo en tu casa”, dijo el de aquí. Ni corto ni perezoso el otro le respondió “serás hijo de la gran chingada, no te basta con cogerme que tienes que recogerme”.
Una recepción en Madrid a la que asisten políticos, diplomáticos, gentes de la Jet, en fin, una reunión de alto copete. En el cóctel, la esposa de un diputado conversa con el Embajador chileno. Hablan de cuestiones sin importancia. Él, todo un caballero, alaba la belleza y el buen gusto de la dama, cuando ella, en justa réplica, le dice lo bien que se conserva su excelencia. Los dos se pavonean y pasan a hablar de la edad. “Pues yo no le echo a usted más de cuarenta…y pico”, dice la señora. El hombre, incómodo, se puso como un tomate y ella, queriendo salir del trance, aclaró: “Pero el pico muy pequeñito”. Y terminó de “cogerla”.
En tiempos de la oprobiosa el que fue Gobernador Civil de Asturias, Camilo Alonso Vega, había prohibido la prostitución. Un campesino de Tineo llegó a Oviedo a hacer una gestión en el Ayuntamiento y, no conociendo la ciudad, preguntó a un guardia: “¿Por favor, me puede indicar dónde están las consistoriales?”. El servicial agente le dijo al tinetense: “Eses, quitoles Camilo”. Por eso decimos que no vale solo con expresarse con corrección y usar las palabras adecuadas, también es necesario comprenderlas en su justa medida y hacer ambas cosas a tenor de las costumbres del lugar.
Imágenes obtenidas de Google
Una señora llegaba a Buenos Aires desde Madrid acompañada de su hija, una auténtica belleza, y de su pequeño perro. Requirió los servicios de un taxi para trasladarlos al hotel y cuando el taxista se disponía a acomodar los equipajes en el maletero del coche la señora le dijo “¿Me coge el perro, por favor?”. El hombre, sorprendido y ofendido, tardó en responder: “Mejor le cojo a su hija, señora”. Evidentemente el taxista terminó por no “coger” a ninguno de los dos. Algo similar le ocurrió a un ingeniero langreano que trabajaba en Méjico. Acordaba un viaje de inspección con un compañero mejicano y se planteaban quién llevaría el coche. “Yo te recojo en tu casa”, dijo el de aquí. Ni corto ni perezoso el otro le respondió “serás hijo de la gran chingada, no te basta con cogerme que tienes que recogerme”.
Una recepción en Madrid a la que asisten políticos, diplomáticos, gentes de la Jet, en fin, una reunión de alto copete. En el cóctel, la esposa de un diputado conversa con el Embajador chileno. Hablan de cuestiones sin importancia. Él, todo un caballero, alaba la belleza y el buen gusto de la dama, cuando ella, en justa réplica, le dice lo bien que se conserva su excelencia. Los dos se pavonean y pasan a hablar de la edad. “Pues yo no le echo a usted más de cuarenta…y pico”, dice la señora. El hombre, incómodo, se puso como un tomate y ella, queriendo salir del trance, aclaró: “Pero el pico muy pequeñito”. Y terminó de “cogerla”.
En tiempos de la oprobiosa el que fue Gobernador Civil de Asturias, Camilo Alonso Vega, había prohibido la prostitución. Un campesino de Tineo llegó a Oviedo a hacer una gestión en el Ayuntamiento y, no conociendo la ciudad, preguntó a un guardia: “¿Por favor, me puede indicar dónde están las consistoriales?”. El servicial agente le dijo al tinetense: “Eses, quitoles Camilo”. Por eso decimos que no vale solo con expresarse con corrección y usar las palabras adecuadas, también es necesario comprenderlas en su justa medida y hacer ambas cosas a tenor de las costumbres del lugar.
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