Mira guaje, cagon to lo que se menea, ya ta bien de tocame les boles. Tate quietu porque vas llevales. Mientras sucede esto, su madre habla por el móvil completamente abstraída, despreocupada del niño. Que si Belén Esteban esto, que si Jesulín lo otro y la Campa lo de más allá. ¿Con quién coño hablará?, con alguna maruja, seguro. O marujo. Pues el caso es que mientras la matrona continúa parlando por el celular el guaje deja de molestar y desaparéz del entorno más cercanu. Pasa un buen rato y se oye por megafonía: “Se ha extraviado un niño como de cuatro años. Viste bañador blanco con el escudo del Real Madrid y se llama Cris. Quien acredite ser su cuidador o su familiar puede recogerlo en la torre de salvamento”. Inmediatamente me doy cuenta de que se trata del guaje de los co…, del guaje esi. Y la madre sigue a lo suyo, despellejando a diestro y siniestro. Como no tengo otra cosa que hacer me levanto de mi confortable silla del economato y me dirijo a la torre. “Mire vengo a por el niño extraviado, es que su madre está muy ocupada en este momento… Yo se lo llevo”. El socorrista me entrega al zagal sin poner impedimento alguno. Le cojo de la mano y cuando llego a la sombrilla vecina veo que la dama parlante ha terminado su particular e importante discurso, y busca a su hijo con una mirada nerviosa. Tome señora, aquí lo tiene, es que el niño se despistó y no sabía volver aquí, le miento piadosamente. La mujer, fuera de sí, me arrebata al pequeño y, acto seguido, le arrea cuatro cachetes en sus tiernas posaderas. Ya te dije que no te alejaras de mí, verás cuando se lo diga a tu padre, le dice fuera se sí. Y la pobre criatura se pone a llorar desconsoladamente.
Cabreado, cojo mi silla del eco y me alejo diez metros de donde estaba para apartarme del lugar del siniestro. Pasa media hora y aparece por allí la vil parlanchina para agradecerme el gesto. Descuide señora, no tiene nada que agradecer, pero le recomendaría que, en adelante, fuera más responsable y tuviera a su hijo bajo vigilancia. Ya sabe cómo son los niños, se despistan enseguida y acaban desorientados… ¿Me ha llamado irresponsable?, será usted grosero. ¡Sinvergüenza!, me contesta. Se da media vuelta y se marcha ofendida dejándome encendido, con la palabra en la boca y crucificado con una docena de miradas que parecen acusarme de lo de lo del Guortreicenter. ¡Maldita sea mi suerte! Pliego la dichosa silla del eco, recojo mi toalla y mis chanclas y me voy de allí mascullando “quién me manda a mí meterme a salvapatrias, ya puede perderse la UNICEF entera que no pienso mover un dedo”.
Cuando estoy a punto de llegar a mi coche, me asalta la irresponsable talibán y me espeta: “Oiga usted maleducado, esto no va a quedar así. Ya he hablado con mi marido que es abogado penalista y voy a ponerle una querella que se va a acordar. Por grosero”. Y entonces estallo. Mira patiño, ya te puedes meter a tu abogado por donde te quepa, y le dices a ese marido penalista tuyo que se meta la querella en el mismo sitio. Y a tu hijo Cristiano que cambie de equipo, que en el que está no tien pitu que tocar. A tomar por saco, no te fastidia con la tertuliana. Me meto en el coche y me voy aliviado.
Así es que desde ese día, cuando voy a la playa, procuro alejarme de las mamás con móvil y también de las buenas intenciones de vigilar lo que no es mío. Es más, el otro día una pareja se dirigió a mí para pedirme que echase un vistazo a sus cosas mientras se daban un chapuzón. Cerré los ojos, me quité mis ray-ban y les dije con todo el morro: “Disculpen, soy ciego”.
Imágenes obtenidas de Google
Cabreado, cojo mi silla del eco y me alejo diez metros de donde estaba para apartarme del lugar del siniestro. Pasa media hora y aparece por allí la vil parlanchina para agradecerme el gesto. Descuide señora, no tiene nada que agradecer, pero le recomendaría que, en adelante, fuera más responsable y tuviera a su hijo bajo vigilancia. Ya sabe cómo son los niños, se despistan enseguida y acaban desorientados… ¿Me ha llamado irresponsable?, será usted grosero. ¡Sinvergüenza!, me contesta. Se da media vuelta y se marcha ofendida dejándome encendido, con la palabra en la boca y crucificado con una docena de miradas que parecen acusarme de lo de lo del Guortreicenter. ¡Maldita sea mi suerte! Pliego la dichosa silla del eco, recojo mi toalla y mis chanclas y me voy de allí mascullando “quién me manda a mí meterme a salvapatrias, ya puede perderse la UNICEF entera que no pienso mover un dedo”.
Cuando estoy a punto de llegar a mi coche, me asalta la irresponsable talibán y me espeta: “Oiga usted maleducado, esto no va a quedar así. Ya he hablado con mi marido que es abogado penalista y voy a ponerle una querella que se va a acordar. Por grosero”. Y entonces estallo. Mira patiño, ya te puedes meter a tu abogado por donde te quepa, y le dices a ese marido penalista tuyo que se meta la querella en el mismo sitio. Y a tu hijo Cristiano que cambie de equipo, que en el que está no tien pitu que tocar. A tomar por saco, no te fastidia con la tertuliana. Me meto en el coche y me voy aliviado.
Así es que desde ese día, cuando voy a la playa, procuro alejarme de las mamás con móvil y también de las buenas intenciones de vigilar lo que no es mío. Es más, el otro día una pareja se dirigió a mí para pedirme que echase un vistazo a sus cosas mientras se daban un chapuzón. Cerré los ojos, me quité mis ray-ban y les dije con todo el morro: “Disculpen, soy ciego”.
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