viernes, 17 de septiembre de 2010

NATURALMENTE NATURAL


La naturaleza aún tiene muchos secretos. Sobre ello se investiga cada vez más y con mayores medios. Pero algo tiene la naturaleza que es distinto a todo lo que pueda sonar a urbanícola, algo que nos mueve a visitarla, a sumergirnos en ella. Son los sonidos del silencio, la paz, la tranquilidad, el trino de los pájaros, el murmullo del arroyo y el crepitar del ramaje mecido por la suave brisa de los primeros aires que anuncian el otoño. No se si habrán entrado en esta estampa bucólica en la que hemos querido meterles en estas breves líneas. Si no ha sido así, inténtenlo de nuevo y vean una escena tan real como la vida misma. Y como la misma muerte. Cuatro jóvenes en la pradería. El río al lado, también el paseo. Ellas eran tres, lo de él era evidente. Ya los vemos desde lejos, es habitual observar a chicos y chicas disfrutando de la poca naturaleza que nos queda. A medida que nos vamos acercando alcanzamos a distinguir su ocupación. Simplemente conversan. Tendrán dieciséis o diecisiete años. Vean la escena: el chico y una de las chicas están tumbados en la hierba boca arriba, otra chica, recostada de lado y con la mano sujetando su cabeza, mira hacia el varón y observa, y la tercera chica está sentada a horcajadas sobre él, las cremalleras de sus tejanos se rozan sin rubor alguno. Es decir, una a cada lado y otra encima. Ni en mis mejores tiempos.

Ahora atiendan a la parte de la conversación que, sin pararnos a ello, hemos podido escuchar a no menos de quince metros de distancia. La chica de arriba, que tiene algo entre sus dedos con lo que parece jugar, explica a sus compañeros que hay algo muy suave y nuevo que tiene muchas ganas de probar. “Además está lubricado”, les asegura. En ese instante ralentizamos nuestra marcha y, sorprendidos, echamos una mirada al grupo ya que estaba en nuestra vertical. Con la misma naturalidad que había dicho lo anterior la chica continuó proclamando la bondad de los preservativos que tantas ganas tenía de probar, y con idéntica naturalidad sus compañeros la escuchaban como si de una receta culinaria tratara la diatriba. La chica tenía en sus manos un condón.

Proseguimos nuestro paseo dejando el debate atrás y durante unos minutos volví a mi juventud y le dije a Duke que a mis dieciséis años, casi aún con pantalones cortos, no tenía acceso a aquellos considerados adelantos por entonces y menos que yo una chica de mi edad. Ninguno conocíamos los riesgos del sexo sin protección, nadie nos lo había explicado y muy pocos lo había probado aún sin ella. En cualquier caso eran temas tabú que solo se hablaban entre los amigotes y a escondidas, nunca con una damisela. Duke me respondió que en mis tiempos no se usaban ni en el matrimonio. Ni condón ni píldora, concluyó. ¿Recuerdas a un tal doctor Ogino que, por entonces, era el único que parecía tener poder para recetar?, pues ese galeno ya hace mucho tiempo que pasó a mejor vida. Después de haber facilitado a muchos la llegada a este mundo. ¡Qué horror!
Imágen obtenida de Google

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