miércoles, 27 de mayo de 2015

SÓLO ESQUELAS



Distintas interpretaciones de las cosas



Cuando se habla de periódicos, que aunque parezca mentira también se habla, se oye decir en muchos mentideros aquello de “yo los empiezo por atrás, por las esquelas”. Sobre todo la gente de cierta edad piensa bien en esto, no sea que se les escape el muerto por leer primero las hazañas bélicas (Rajoy, Sanchez, Iglesias, Rivera y Cía.), los deportes (Villar y amiguetes), la economía (Undargarín, Bárcenas, y tal y tales) o los ecos de sociedad (la Esteban y el otru busquen pisu en La Nisal). De manera que si en esas páginas ven a un conocido (viudo o soltero, padre, hijo, o espíritu santo) dejan el diario y corren al tanatorio a dar el pésame y tertuliar con quien pinte. De paso, por el camino, comunican a todo dios la muerte de fulanito, o menganita: “Ya haz tiempu que me olía mal el asuntu de Luisinacio. Cojeaba muncho y, claro, tenía un cáncer n’el calcañu izquierdu con una metástasis d’eses n’el derechu”. “Pues yo creía que taba del hígado o del bandullu. Tenía mal color. Porque siempre cojeó, sobre to desde que lu pilló el autobús de Tuilla”, diz el otru. Y, en esto, se acerca un tercero que pregunta lo que sucede y, una vez informado, da su versión: “Váis decímelo a mí. Lo que tenía Nacio eren unos problemas con Hacienda de la virgen desde que-í embargaron el vale carbón por no pagar un mes el recibu la basura”. Y, tras ciertas puntualizaciones y comalizaciones -hay que poner puntos y comas-, los tres seniores entran en el mortuorio igual que los mosqueteros. Y allí se les une el que faltaba, D’Artagnan, que lleva allí quince minutos y ya está enterado del asunto. Luisinacio había sido arrollado por el tren porque iba distraído con el Feisbú. Chateando con la chati. Fatalidad.
El grupo al completo se acerca a la familia del finado para manifestar sus profundas condolencias y allí se enteran de que el difunto se había pasado de la raya con una suculenta fabada, de la que repitió tres veces, con litro y medio de vino peleón y un cuarto de queso cabrales. Todo con una hogaza de Busdongo y media docena de casadielles. “Él, que era tan frugal -que no comía ná-  va a morise de una indigestión. El probe”. Dijo un sobrino lejano. “Sentói mal la comida”, concluyó. Cuando nuestro amigo del principio retoma el periódico lee en sucesos: “Varón de ochenta años se arroja por el balcón tras enterarse de la muerte de Chanquete”. 

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