La dudosa veracidad de las promesas electorales
Aburrido me tuvieron con esto de los slogans electorales.
Hasta los mismísimos gemelos. Esas frases cortas que los cerebritos de cada
formación se esfuerzan en pergeñar durante los meses anteriores a la campaña
para luego ponerlos reiterada y
machaconamente en carteles, mítines y medios de comunicación, y después pedir
el voto, que al final es lo que les interesa. La frasecita es lo de menos, lo
que importa es la papeleta. “Por un municipio sin corruptos, Vota a Batman”,
“Si quieres trabajo, Vota a Mariajo”…, y así todos. Pero ye to mentira. Porque
ni Batman va a terminar con la corrupción, ni Mariajo con el paro. Ni ellos
mismos se lo creen. De lo que sí deben de estar convencidos es de que los
ciudadanos somos gilipollas o algo por el estilo, pero van muy equivocados. El
españolito de infantería ya ha pasado por muchas llamadas a las urnas para
saber que todo ese tinglado de actos, mítines, megafonías, sonrisas, besos y
abrazos -como si los candidatos fueran poco menos que amigos de toda la vida-
no son más que paquetes atractivos envueltos con el bonito lazo de su lema
electoral, pero que al abrirlos van vacíos. Sólo hay humo. De manera que, a estas
alturas de la película, la tropa ya no respeta a la clase política, ni la casta
ni a la vasca. Porque no pueden respetarse las mentiras y las gilipolleces. Sí
es respetable el derecho de cada cual a decirlas. Tan respetable como, acto
seguido, el de la peña a llamarles mentirosos o gilipollas. O ambas cosas a un
tiempo. Algo muy grave cuando se trata
de ellos, los políticos. Hasta tal punto quedamos hartos y cansados de la
campaña y de todo lo demás, que ya no sabemos si los lemas “Avón llama”, “Yo no
soy tonto” o “Beba Cola-Loca”, eran de uno u otro partido, o eran las consignas
de algún anuncio de la tele. Así funciona este tinglado. Luego, pasado el día
D, todo se olvida: promesas, slogans y sonrisas.
Por lo pronto sólo cabe felicitar a los ganadores, y a todos
los demás por haberse comportado como es lo propio en el acto democrático por
excelencia. También a quienes hayan ejercido su voto, y a quien Dios se la haya
dado que san Pedro se la bendiga, aunque luego llegue el momento de los
lamentos y, dentro de cuatro años, todos vuelvan a pedirnos el voto “por el
cambio”. Cámbienlo ahora que empiezan su mandato.
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