viernes, 17 de junio de 2011

LA MUJER SIN CHÁNDAL



Lo malo que tiene esto de dar la vara un día y otro es que, en alguna ocasión, viene uno y te replica. Hace que te bajes de las nubes y te pone en el lugar que te corresponde. En la tierra, con los pies en el suelo y, a veces, hundido hasta la cintura, hecho fosfatina y replanteándote tus veleidades sociales, cuando no con irrefrenables deseos de tirarte al primer tren que pase. Mira chaval, yo no escribo, lo que no quiere decir que no piense, ¿vale? ¿O te crees tú el poseedor de la verdad absoluta?, te dicen. Eso mismo escuché de labios de una niña, sin dobleces, a calzón quitado, como dicen estos políticos que nunca se desprenden de ellos. Las verdades a la cara. Faltaría más.

Tú que presumes de leal y sincero tienes más capas que un árbol milenario, nunca se cómo interpretarte. Por más que te expliques. Quisiera saber si vas, vienes o estás agazapado, esperando a que pase y ver cómo me comporto. Siempre tengo la impresión de que me tomas el pelo, de que te burlas de mí y del mundo. Y ahora con éstas estoy convencida de que eres un canalla. Político, más que político.

De una sentada me dio este repaso. Era el que me faltaba por escuchar, que me pongan en el mismo saco donde están esos a quienes tanto critico. Sonrojado, como me puse, intenté un asomo de justificación. “Pero yo…” Quedó en el ensayo. “Nada de peros. Ya está bien de aprovecharte de mi buena voluntad. Hasta nunca”. Me quedé mudo y derrotado. Eso había conseguido aquella mujer sin chándal, siempre con una camiseta, un pantalón corto y unas zapatillas. Menuda ella, de largo pelo rizado, siempre sonriente y con limpia expresión en el rostro. Aquella chica que siempre me había sorprendido por su generosidad. Aquel alma que siempre había tendido sus manos y abierto su corazón a todos. También a mí. Y voy yo y lo estropeo todo. Tiro por el balcón todo el acerbo de confianza que había tenido conmigo. Seré imbécil.

La había conocido por pura casualidad. Camino de algún lugar con un palacio y bordeada de amapolas la carretera. Nos cruzamos, simplemente. Y se encendió una luz. Fueron tiempos novedosos, repletos de aventuras en cada esquina de la ruta, en cada rincón del paisaje. Todo estaba por descubrir al alcance de nuestros sentidos. Sin embargo hace tiempo que no voy allí. Todo nos fue rebelado y ya no merece la pena. Ella ya no está.

Después solo hablábamos en las ondas, con la distancia de por medio. Tuvo miedo y me rebelé. Quise ponerme otro chándal más, por si ya fueran pocos y variados, una capa más del árbol que ella afirma que soy. Fue la gota del desborde. Y ahora estoy aquí dándome cuenta de que de algún modo la quería. Pero de nada me sirve ya.

En esto desperté. A ver cómo lo cuentas, me dice Duke. Tal cual lo soñé, respondí.

Imágenes de Google

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