viernes, 24 de junio de 2011

EL MOTIVO


Supongo que recuerdan la canción de María Dolores Pradera porque, al igual que la dama, sigue vigente y escuchándose en las ondas. Hay canciones que permanecen en la memoria, siguen versionándose década tras década y son eternas. Ésta es una de ellas. Alguno me dirá que letra y música son de Chabuca Granda o de los Sabandeños, y yo le diré que a lo mejor, tal vez o yo que se. Lo que nadie me negará es que fue Mariloli la que más la cantó y sigue cantando, gracias a su poderosa y personal voz. Claro, como que ye d’ella: “Jazmines en el pelo y rosas en la cara/airosa caminaba la flor de la canela/derramaba lisura y a su paso dejaba/aroma de mixtura que en el pecho llevaba”. Y no les canto más. A lo que vamos: corría el año de nuestro señor 1974 -mira tú si llovió desde entonces-, era mi primer año de facultad y a ella me dirigía con un compañero en entretenida conversación (posiblemente fuese de chicas o mujeres) cuando de pronto resonó en toda la plaza un blom, plaf, catacrac, o como se pueda denominar a la onomatopeya de un golpe, más bien de uno tras otro. Inmediatamente dirigimos la mirada hacia el lugar de donde procedían aquellos tremendos ruidos. Cuatro coches, cuatro, estaban parados en la calzada y empezaban a abrirse sus puertas para dar paso a sus conductores que, con las manos en la cabeza iban a comprobar el alcance del estropicio. Alcance precisamente es lo que había ocurrido. Presumiblemente el primero había reducido su velocidad por algún motivo, al segundo no le dio tiempo a frenar y tampoco al tercero y al cuarto. También por algún motivo. Evidentemente mi amigo y yo dimos en un periquete con él.

Erguida, sin inmutarse por el percance, caminaba con su rubia melena al viento sobre unos tacones de diez o veinte centímetros, meneando las caderas y también -por qué no decirlo- sus poderosas razones torácicas que no sujetaba ningún dispositivo con ballenas, tan solo una breve camiseta pegada a la piel como un guante de cirujano. Ese había sido el motivo del alcance vehicular, y no era para menos. Créanme.

Que por qué les cuento esto después de tantos años. Muy sencillo, primero porque por entonces Duke no les daba la vara en estas páginas, y segundo porque algo parecido le ocurrió hace unos días a un querido y célebre amigo. Él mismo me lo contó. Paseaba en bicicleta por el carril al efecto cuando vio a un tío que -según sus propias palabras- subía hasta por encima de la cabeza una enorme piedra, la mantenía en alto unos segundos y volvía a bajarla, repitiendo la operación sucesivamente y sin descanso. Mi colega le rebasó y, sin dar crédito a sus ojos, continuó mirando hacia atrás pensando para sí que el fulano estaba majara, cuando de repente un banco del paseo se cruzó en su camino y se fue de morros contra el suelo yendo a parar a un parterre de flores de temporada. No las había de canela, pero sí alguna que otra ortiga. Dicen que la curiosidad mató al gato.

Imágenes de Google

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