miércoles, 10 de noviembre de 2010

UN NOMBRE SIN APELLIDOS


Están ociosos. No encontramos otra explicación para estas salidas de los legisladores y de los académicos de la lengua. Si los primeros gastan sus tiempos financiados por todos los españoles en confundir al personal y suscitar disputas entre los progenitores para ver quién de los dos da el primer apellido al neonato, los segundos utilizan los suyos, con idéntica financiación, para establecer nuevas normas gramaticales y ortográficas que dudosamente serán de aplicación inmediata en ningunos de los países hispanos, incluido el nuestro, en los que se pretende unificar la lengua española. Vayamos por partes. ¿Qué ventajas aporta la decisión de establecer el orden alfabético de los apellidos en caso de que no haya acuerdo al respecto entre los padres, si al final el propio interesado puede volver a cambiar ese orden? No entendemos que esta norma sea un paradigma más de la igualdad entre sexos en la que están tan empeñados sus instigadores. ¿Qué tiene que ver la equiparación hombre-mujer con el orden de los apellidos? La actual norma del reglamento de Registro Civil establece que “Apellido paterno es el primero del padre; materno, el primero de los personales de la madre aunque sea extranjera.”, y en la inmensa mayoría de los países de nuestro entorno la cosa funciona de igual forma y no por ello se da más importancia al status masculino. Menuda tontería.

Ahora fíjense ustedes. El mismo artículo de ese reglamento dice que “En el Registro, uno y otro, se expresarán intercalando la copulativa "y".” Tiene guasa llamar así a la “y griega”. Ahora que va a ser la “ye”, ¿seguirá teniendo ese calificativo sexual?, ¿cómo la llamarán los ilustres, “y asturiana”? A partir de ya se tendrá que decir “Ortega ye Gasset”, “Menéndez ye Pelayo” y “Borbón ye…”. Menuda gilipollez. Da toda la impresión de que los que hacen las normas y los que definen las gramáticas se han puesto de acuerdo para desbarrar al mismo tiempo. Ortega siempre fue Ortega, como Zipi siempre fue Zipi y no Zape. Yo que de pequeño siempre me fijaba cuál de los dos era el rubio y ahora resulta que Zipi ye Zape. El rubiu ye el morenu y viceversa. Pa morise de risa. Pa liála de esta manera val más no tener apellidos.

Eso ye lo que-i pasaba a un neñu al que, cuando empezó al colegio, preguntó el maestro cómo se llamaba. Me llamo Pablito, contestó. ¿Y no tienes apellidos?, preguntó el profe. No solo me llamo así, mis papás son pobres, dijo el guaje con tristeza. Y es que los padres, que tenían el mismo apellido, aún debatían cuál de los dos poner primero al zagal, si el Suárez del padre o el de la madre. Por fin verán resuelta su disputa con la nueva norma académica que zanjará la cuestión: Suárez ye Suárez, y por muy pobre que sea, por fin Pablito tendrá apellidos y cuando sea mayor podrá cambiarlos de orden cada vez que lo desee sin necesidad de acudir al Registro Civil. Dejen de delirar y dedíquense a algo más provechoso.

Imágenes obtenidas de Google

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