De lo incívico.
Cada día que salimos a la calle lo hacemos con la prevención
de encontrarnos con algo insospechado, pensando en qué sorpresas nos deparará
el paseo, o la simple salida a la tienda de la esquina, al súper o a la simple
gestión administrativa. Y créanme que siempre ocurre algo inesperado. Pisas una
caca, o una baldosa que te pone perdidos zapatos y pantalones, como me ha
ocurrido ayer, ves somieres y colchones en las aceras apoyados contra los
contenedores de basura o a alguien que revuelve en su interior buscando algo
aprovechable y dejando el resto en las aceras con las bolsas abiertas, y
también el propio contenedor, y con el nauseabundo olor de la basura campando
libremente por los alrededores, y ves también cosas increíbles como me sucedió
hace dos sábados a las siete de la tarde. Regresaba de hacer una compra cuando
oí unos golpes fuertes que parecían la caída de algo desde las alturas. Identifiqué
el lugar de donde procedían y cuando llegué a las inmediaciones cuál no sería
mi sorpresa al observar cómo puertas de armarios, cajones, costados y respaldos
de algún mueble desarmado eran arrojados desde la ventana de un cuarto piso al
solar que ocupó la antigua Bélter. Todo ello caía en las matas de ortigas y
maleza que había crecido sin control desde la demolición y desescombro de la
librería. Así durante quince minutos. Proseguí mi camino hacia casa y me
percaté que, en la calle, delante del edificio de donde llovía el mueble había
depositados unos ocho módulos de una librería o algo parecido. Vivir para ver.
El caso es que alguien llamó a la Policía Local que se
presentó pasados veinte minutos y requirió a los incívicos ocupantes de la
vivienda para que retiraran todo aquello que habían tirado al solar y dejado en
la vía pública, indicándoles que el ayuntamiento tenía un servicio gratuito de
recogida de muebles y enseres. Son quienes conocen sus derechos mejor que nadie
y también mejor que nadie incumplen las mínimas normas de convivencia y
respeto. Algunos cabrones subvencionados.
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