domingo, 20 de septiembre de 2015

MORITUTRI



Los hombres de negro



El verano se nos escapa de entre los dedos. Ya se nota el aire de castañas y hasta el de difuntos. Si no vean ustedes, damas y caballeros, lo que le aconteció a Duke hace unos días en una de esas terrazas de verano, que ya son de otoño. Justo a la entrada del café, charlábamos entretenidos el profe y quien suscribe acerca de eso de los refugiados, de Grecia y de lo acontecido a lo largo del verano cuando entra, encorbatado y chaqueta sobre el hombro, un funcionario de la funeraria. Saluda cortés, “buenas tardes, señores”; “buenas tardes, Fulano” (a los hombres de negro los conoce toda la población). Proseguimos nuestra perorata cuando, a los dos minutos -no exagero- entra otro funcionario, compañero del anterior, en mangas de camisa. Nuevos saludos. Pero en esta ocasión, mosqueado, pregunto al funerario si es que vienen a buscar a alguien. Me niega con un leve movimiento de cabeza y una sonrisa, y entra en el establecimiento. Interrumpo la línea de conversación con el profe, y le digo “joder, Ramón, sólo falta ya que venga Mengano”, y no habían pasado dos minutos cuando, en camiseta, aparece Mengano. “Buenas tardes, señores”. “Ave, César”, ¿tenéis Congreso o hay aquí alguien a punto de estirar la pata?, le digo. Y mi amigo Ramón suscribe mi interpelación, argumentando mi pregunta. Dicho lo cual, se va como perseguido por la parca. ¿Ónde vas, Ramón?, ¿tienes miéu que te lleven estos tres?, tú perteneces a otru tanatorio, macho, le digo con una carcajada. “Quita, Lino, quita, que a lo mejor lleguen más. Ta luego”. Lo cierto es que resultaba difícil porque estaba allí casi toda la plantilla viendo el partido del Barça. A un kilómetro de su centro de trabajo. Seguro que el resto son del Madrid. Cosas del equilibrio.
El caso es que estos sucesos, como no son muy habituales, acojonan un poco. Es lo que pasó, tiempo ha, en un pueblo perdido en el monte langreano donde uno de estos tres funcionarios tuvo que recoger a un difunto. No había calles ni números y se confundió de casa. Llegó con la funeraria, picó a la puerta, “Toc, toc”, y salió una señora mayor que, mesándose los cabellos y llorando desconsoladamente, gritaba: “ay fíu, ay fíu…”. Pero no había cadáver y el funerario tuvo que regresar con el coche mortuorio para que le dieran las señas correctamente. Y es que cuando llegan estos señores meten miedo.

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