Desafortunado Javier Nart
Hay que estar muy suelto y tener poca vergüenza para hacer
esas manifestaciones en público, señor Nart. Hay que tenerse muy poco respeto a
uno mismo y, sobre todo, a los demás para decir lo que usted ha dicho estos
días en una cadena de televisión de ámbito nacional, pese a que el presentador
haya intentado por activa y pasiva obtener una rectificación por su parte. “Mi
mujer trabajó toda la vida como profesora en un colegio de subnormales”, es una
frase tan patética que demuestra a las claras a qué extremos llegan algunos
como usted que ya están hastiados de aparecer en los medios de comunicación y
piensan que pueden decir lo que les venga en gana, aún tratándose de las
mayores barbaridades que concebirse pueda. Lo que haya hecho su mujer como
profesora, don Javier, nos importa un carajo, porque esa no es la cuestión. El
tema es que hasta el asno más cerril o el ignorante más redomado sabe que a lo
que usted se refería era a alumnos con ciertas minusvalías psíquicas, pero
usted, que parece el más versado en cuantos temas se sometan a su opinión y
consideración, no se ha movido ni un ápice de su desafortunada expresión y en
su pertinaz postura ha llegado a airarse como si su interlocutor y los
espectadores fueran tontos o comulgasen con ruedas de molino. Subnormal, señor
Nart, es quien está por debajo de lo normal, no un enfermo psíquico. Así de
claro y simple, don Javier. Y talmente parece que este es su caso, con todos
mis respetos. Porque no me diga que, una vez que el presentador llama su
atención sobre lo inapropiado de su afirmación, lo adecuado y normal hubiera
sido dar marcha atrás, pedir disculpas y rectificar, empleando las palabras
adecuadas para no herir susceptibilidades ni agraviar a quienes nacieron con
una enfermedad psíquica y por ello acuden a instituciones especializadas para
ser educados y en la medida de lo posible insertados en una sociedad que, aún
siendo cruel -como lo es usted-, los necesita como a cualquier otra persona.
Están ahí para ser instruidos y dignificados, no para ser tratados con
desprecio como usted lo ha hecho con un patetismo que raya la vileza. Es por
ello, señor Nart, que le recomiendo que en sucesivas ocasiones mida usted sus
palabras y sus desagradables expresiones y, sobre todo, se ate bien los machos
antes de hablar, no sea que un día alguien le desfigure el rostro.
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