miércoles, 3 de diciembre de 2014

VIEJOS DELITOS, NUEVOS DELINCUENTES

Las formas de burlar la ley



Malversación de caudales públicos, fraude, cohecho, prevaricación, tráfico de influencias, blanqueo de dinero, apropiación indebida, falsedad en documento mercantil… A aquellos estudiantes de Derecho de hace más de treinta años nos parecían figuras delictivas que el Código Penal contemplaba a modo de previsión. Porsi. En cualquier caso yo pensaba que aquellos delitos sólo estaban pensados para las personas importantes y que nunca trascendería más que en una sentencia perdida entre los millones de páginas del Aranzadi y dictada por aquellos señores tan serios y lejanos del Tribunal Supremo. Eran aquellos tiempos de la Transición, cuando siete prohombres, con ideologías tan distintas y contrapuestas, se estaban poniendo de acuerdo en la redacción de lo que fue nuestra Carta Magna. Pasaron treinta y seis años desde entonces, dos reyes, seis  presidentes de gobierno y miles de diputados; diecisiete comunidades autónomas y decenas de miles de diputados autonómicos, y estatutos de autonomía, y leyes, y reglamentos. Y Europa, y más diputados, y más normativas. En resumidas cuentas, el Estado de Derecho. Lo que significa que la ley está por encima de todo y de todos. Del Rey, del Presidente y de todo bicho viviente. Pero da toda la impresión de que la ley ha quedado corta, de que el delincuente va por delante de ella y, lo que aún es más importante, de que quienes la hacen, los políticos que legislan, lo hacen sin previsión de cómo podrá burlarse, de cuál es el resquicio. Lo que ha dado en llamarse “El revés del Derecho”. Pero no dan con ello. Algunos, cada vez más, son los primeros en violarla.
Sin embargo, el ciudadano de a pie hace muy poco para que esto no sea así y lo que no debería de pasar de una tertulia de bar, se ha convertido en el Gran Teatro Nacional. Los intereses de los grupos de comunicación, periódicos, televisiones y cadenas radiofónicas patrocinan toda esta comedia patria donde un tal Dioni gana más dinero por ir a la tele que por robar un furgón blindado, a modo de ejemplo. Y, sobre todo, las redes sociales donde todo el mundo es periodista y político, honrado y fuera de cualquier duda razonable. En resumen un país donde, ahora mismo, todos escarban debajo de las praderas, del asfalto y de las alfombras para encontrar una mínima señal de los posibles delitos en que haya incurrido fulanito y menganita. Un asco de país.


Marcelino M. González
 

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