Esta columna debería de haber sido publicada el día 23, pero es que se me ha ocurrido precisamente ese día, cuando cumplo un año más, y evidentemente ha sido imposible que viera la luz en un día tan señalado en la literatura española, y también en la británica. A Cervantes y Shakespeare les dio por morirse el mismo día de hace ya casi cuatro siglos (1616) -casi tantos como los míos- y en conmemoración de esa efemérides celebramos la Fiesta del Libro en todo el país. Además en Cataluña festejan San Jordi y es el día de la rosa. La gente se regala una rosa o un libro, o ambas cosas, aún en los tiempos que corren y con las tormentas que caen. Para rosas estoy yo.
El cas
o es que yo lo celebré ayer, día 22, por aquello de aprovechar la coyuntura del domingo. Siguiendo la recomendación que una prima me dio desde la lejanía de África, “déjate de velas y sopla unos culines bien escanciaos”, me dediqué desde mediodía a la dulce y placentera labor de libar nuestro néctar por excelencia, de tal forma que después de una comida en agradable compañía y de regreso a casa me paró la menetérica. La verdá ye que tenía un puntín, pero taba tranquilu. “Estamos haciendo un control, ¿quiere usted soplar?”, me dice el agente ofreciéndome el dichoso aparato. “¿Más tovía?”, le contesto. El uniformado pone cara de extrañeza, como no entendiendo lo que le acabo de decir y me pregunta si he bebido algo. “Unos cuantos culetes”, le respondo. Soplo por la boquilla del instrumento y se lo doy. Lo comprueba y, ¡zaca!: 0, 26. “Deme su documentación y salga del vehículo, por favor”, me ordena. Hago ambas cosas y permanezco fuera del coche ya un poco nervioso. Pasan diez minutos y vuelvo a soplar. Nada, otra vez lo mismo, 0,26. Esti parato tien que tar mal, pienso para mis mismos adentros. El agente me mira con cara de cachondeo y me dice que supero el límite y tiene que denunciarme. “Tenga compasión de mí agente, vengo de celebrar mi cumpleaños. Hágame ese regalo”, le suplico con cara de circunstancia. Y me dice con toda seriedad: “Caballero, le voy a hacer un regalo…” y me extiende un papel que vino a decir: 300 mortadelos del ala y propuesta de retirada de 3 puntos. El regalo no era precisamente una rosa. Más bien era un clavel. “Circule y váyase a casa. ¡Feliz cumpleaños!”. ¡Hay que joderse!, pa encima con recochineo.


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