martes, 10 de noviembre de 2009

JARDÍN DE HORMIGÓN

No hubiera querido volver sobre este tema, créanme. En dos ocasiones se hizo alusión a él desde esta columna (13 de marzo y 20 de abril de 2009), y el tiempo ha venido a darnos la razón. Nos referimos al tiempo en el transcurrir de los días y al tiempo meteorológico. Hablamos, de nuevo, del Parque Dorado de Sama, de un enclave de naturaleza en estado puro -que fue en sus tiempos-, y de un sitio donde domina el hormigón, los octógonos de diferente concepción, y el mal gusto desde todo punto de vista, que es hoy. Les refresco la memoria: “Los mas de ochenta árboles que circundan el paseo central han sido rodeados de sendos senos octogonales de unos dos metros de diámetro (cerca de cuatro metros cuadrados de superficie circundante) que han rellenado de zahorra o piedra caliza menuda, amén del hormigón que, descuidada o intencionalmente, se les ha caído adentro. Y lo han rellenado a “ras” del pavimento, sin dejar ni un solo centímetro de profundidad con respecto a él para, cuanto menos, no rebosarlo.” (LNE, Los Pisapiedra, 20/04). “…y les ha llegado el hormigón fuera del encofrado hasta el cepellón impidiendo el drenaje y estrangulando el árbol” (LNE, Cabezas octogonadas, 13/03). Las técnicas mentes pensantes del ayuntamiento de Langreo decidieron, después de estas fechas, rellenar esos senos con una especie de resina que daba consistencia al pié del árbol y que era completamente permeable, según ellos. Al poco tiempo esa resina o pegamento que amalgamaba la zahorra o piedra menuda que cubría el seno fue separándose de él en una gran mayoría de los ochenta árboles, y dejando la piedra suelta por los alrededores. Pues bien, a decir de uno de los ilustres diseñadores del engendro, eso fue debido a que los niños y los ancianos escarbaban con bastones o paraguas. Es decir la culpa de los usuarios. Al mismo tiempo, el mismo dicente se enorgullecía ante mí de toda la reforma que se había hecho este año en el parque. Del estanque de los patos, de los antiguos patos porque ya no van por allí, del chorro atómico que contiene pero que sólo ha funcionado durante cinco o seis días, y sobre todo del “padre de todos los octógonos”, “el pegote” -mejor definido por alguien que en aquellas fechas compuso algún ripio en su honor-; de la chorrada que había supuesto sustituir en el mosaico unas chimeneas por un castillete, cuando la chorrada está en la propia obra y, en definitiva, se presumía de la modernidad que se había conseguido en el jardín de hormigón. En aquel monólogo, que no diálogo, tuve que rendirme ante la evidencia porque es que nosotros nos dedicamos a escribir bien o mal pero no a diseñar y a construir, aunque a lo mejor en ciertas ocasiones lo haríamos mejor que ellos. Y no les quepa ni la menor duda que ésta hubiera sido una de esas ocasiones.

El tiempo ha pasado y ha cambiado repentinamente. Desde el primero de noviembre llueve sin parar. Al mediodía de este pasado sábado paseaba por allí y pude comprobar como ni tan solo un árbol podía drenar una mínima parte del agua que estaba cayendo. La consecuencia era que discurría por las regatas interarbóreas, de una a otro, hasta llegar a algún rebosadero, a la calle o, lo que es peor, hasta formar grandes lagunas como la que se formó entre el Kiosco y la cabecera del puente que va al Instituto, que llegó a superar la superficie del propio estanque. Muchos de los que hoy me estén leyendo lo habrán comprobado personalmente, no les miento.

Cada vez tenemos más hormigón y menos verde. Los árboles no respiran, la hierba no crece. Cuando era de prever que la remodelación que se efectuó mejorase el lugar, ha sido completamente al contrario y han conseguido sacar de quicio a la mayoría de la población, y me consta (no es una licencia gratuita). Aún están a tiempo de rectificar. Escuchen el clamor popular y háganlo de una vez. Devuélvannos nuestro parque.

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