Castro y De Borbón.
Todavía no hemos logrado explicarnos qué es lo que pinta el
Rey Don Juan Carlos en Cuba, o lo que va a pintar (depende de cuándo salga este
escrito a la luz). A lo mejor es que ahora que tiene poco que hacer y no puede
cazar elefantes le da por las artes plásticas y piensa apostarse en el Malecón
y hacer una acuarela de los cañones y del mar del Caribe. Pero no, fuera de
bromas, el Monarca retirado acude en representación de nuestro país a las
exequias y todo el tinglado que montan allí para “celebrar” el óbito del
Comandantes. La verdad es que la cosa chirría un poco, máxime siendo el
Gobierno español -que ya no está en funciones- quien, según creo, debe de
decidir qué personas le representan en
estos actos. Y para eso tienen al Presidente, al Ministro de Exteriores o al
Subsecretario de pésames y funerales (que lo debe de haber, porque haylos pa
to). Pero tenemos que reconocer que de estos protocolos sabemos poco, más bien
nada, lo que no supone que el asunto siga extrañando cuando se trata de la
relación entre una Monarquía Parlamentaria y una República aún revolucionaria.
Bien podían enviar a Oriol Junqueras.
Lo que pasa es que, pensándolo mejor, el asunto puede quedar
fuera de lo protocolario y tratarse más bien de una cuestión de Eméritos. De
alguien que gobernó con mano de hierro durante cincuenta años (dictador o no,
según quien lo mire) y terminó por delegar todos sus poderes en su hermano
menor, pero que continuó hasta su muerte siendo la referencia del pueblo cubano
y, por otro lado, un Rey que fue Jefe del Estado cuarenta años y abdicó en su
hijo que es el referente del pueblo español. Dos eméritos con solera. El
primero paridor de una revolución y el segundo de una reconciliación que es lo
que gran parte de todo el mundo desea en estos momentos para Cuba: un camino
hacia la democracia. Como aquí ocurrió a la muerte de Franco, parece que allí
están en un principio de transición. Trump tendrá posiblemente la última
palabra.
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