jueves, 11 de junio de 2015

UN CHOLLO

Los actos públicos de ventas




Ya habían pasado las elecciones, de manera que aquel montón de sobres que me encontré en el portal encima de los buzones del correo no podían ser correspondencia electoral de los partidos, así que lo cogí extrañado y cuál no sería mi sorpresa cuando observo algo que hacía algunos años que no veía y creía que había dejado de ser una de esas campañas de marketing al uso. Una docena de trípticos doblados en horizontal y abiertos. En el lugar destinado al franqueo figura escrito “impreso sin dirección” y dos códigos encriptados, uno encima de otro. Destinatario: “Invitación personal”, destacado en negrilla y mayúsculas. Despliego uno de ellos y veo, ocupando el primer tercio del papel, la foto de un montón de platos y fuentes blancos decorados con una flor roja. Una amapola  despetalada. Me mosqueo y procedo a leer un texto corto, genérico y tan ambiguo como los políticos en precampaña. “Estimada Amiga Sra.:”, comienza.
Que son líderes en el mercado y para celebrar su éxito van a presentar su gran novedad -no dicen si se trata de una patata pelada o los platos de la foto que alimentan con sólo mirarlos. Nien, nada, nasti de plasti-. Que sólo por asistir al acto regalan a las damas un elegante foulard y que si también van los caballeros se llevan la exclusiva vajilla de 19 piezas esmaltadas Royal La de su madre. Pero es que, además, si les enseñas un billete de 100 mortadelos te obsequian con tres coquetas salseras de porcelana. Para la salsa, supongo. Dos sesiones de mañana y dos de tarde de un par de horas cada una. Un chollo. Sólo por aguantar el discurso de un avispado y trajeado vendedor, acompañado de una amable e impresionante señorita que ejerce de reclamo para los caballeros, pero que en realidad es una brillante psicóloga con la delicada misión de observar a la peña y ver quiénes están a punto de caramelo para el remate de la venta de un juego de descanso ortopédico que sólo cuesta 50 euros al mes. Durante seis o siete años. Sin intereses, oye. O de un bungaló en Vega del Farfullo un poco más caro, pero con Spa y caseta p’al perro.  Barato, barato. Y cómodo que te rilas.
Me acerqué a la salida del lugar del evento cuando salían tres docenas de parejas sonrientes cargados con aparatosos paquetes ellos, y con un pañuelo al cuello ellas. Adentro quedaban los que pagarían los platos, los pañuelos y las salseras. Los benditos.

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