Tras una noche gloriosa
Después de una noche con los compañeros en una de esas
celebraciones anuales el mi amigu Luisinacio llega a casa un poco perjudicado
justo cuando el hijo mayor, vestido de chándal, sale a correr por la ciudad.
Siete y media de la mañana. Amanece. Se encuentran en el portal y, oliendo los
efluvios del Bacardí que tanto gusta a su padre, el hijo le dice: “Buenos días,
Papá. ¡Vienes guapu!”. “Pues verás como tu madre pon algún pero”, le contestó
titubeante. Sigilosamente entró en su casa y tras unas maniobras mingitorias y
orquestales se metió en la cama cuidando de no despertar a la santa. Antes de
taparse ya estaba plácidamente dormido. Pasaron cerca de tres horas cuando oye
subir bruscamente la persiana del dormitorio y a Maripuri, su esposa, que le
dice que Boby está malo y hay que llevarle al veterinario. “Vomitó en el hall
y, desde que tú llegaste, no hizo más que tirar pedos como restallones”. Así
que levántate ya, remató. Y el pobre de Luisinacio, rezongante, aparta las
sábanas para salirse de la cama. ¡Pero bueno, esta ye muy gorda!, ¿acostástete
vestíu?, dice su esposa. Al menos podíes haber quitáo los zapatos. Y él, con
cara de pijo, se mira de abajo hasta donde puede y no sabe qué decir. O sea que
el de la pota y los pedos no era el perro, dice ella. Ya me parecía a mí. Venga
anda, vete a duchate, pon el pijama y vuelve pa la cama que te la hago y luego
llévote una manzanilla. Después duérmesla hasta el añu que vien, cuando te
toque otra cena de empresa con los tus colegas. Golfos, que sois unos golfos. A
saber por ónde anduvistéis anoche.
Sin rechistar, Luisinacio se mete en la ducha y piensa para
sus mismos adentros: “Hostia, tién razón Maripuri, ¿ónde estuve anoche?, ¿cómo
y a qué hora llegué a casa?...” Enseguida descubrió el cómo porque la cabeza le
estallaba y veía el teléfono de la ducha repetido. A duras penas salió del
plato y a duras penas se secó. Tuvo que sentarse dado que no aguantaba sólo sobre
un pie para secar el otro. En estas recordó que había quedado para tomar vermú
y decidió que no volvería a acostarse. Se vistió y se presentó tambaleante en
la cocina. “No me acuesto, cariño. Ya estoy bien. Marcho, que quedé con
Pepejosé pa hacer unes gestiones”. “¿Gestiones, hoy domingo? Vale, como
quieras, pero como vuelvas a casa como anoche, fartucu de beber, vas a echate
con Boby. Y tires-í los peos a él. ¡Borrachuzu!”.
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