Lo malo no es equivocarse, todos lo hacemos no una sino mil veces. Lo grave del asunto es permanecer e insistir en la equivocación a sabiendas del error que se comete. Pongamos por caso algo que nos ha ocurrido hace muy pocos días. Un micro-bus de veinticinco plazas con diecinueve personas a bordo y el conductor, con destino a una celebración que tiene lugar a tan solo quince kilómetros. Comienza la función: a un kilómetro escaso de la salida a la autovía de Langreo, el chofer se desvía casi dos para tomar otra salida anterior a la que sería la lógica. Lo que se dice un fenómeno. En ese instante comienzo a pensar que el tío que va al volante no conoce la zona. No soy el único en pensar eso, pero nadie hace ninguna observación salvo, por lo bajo, a su compañera de asiento. En este caso a su mandakari. Continúa el viaje y el pollo se salta una primera entrada al entramado de carreteras comarcales por donde debemos de circular para llegar al lugar del evento, instante en que se confirma su desconocimiento de la ruta que debe de seguir. Poco más allá toma una salida y tras ella otra más, dejándonos a todos los viajeros de puturrú de fuá. Es ahí donde lo comento con un amigo que viaja atrás para que indique al osado conductor cuál es el camino que debe de seguir. Él está acostumbrado a conducir por esos lugares y lo conoce mucho mejor que yo. Enfadado se acerca al desconcertado piloto y le dice que va mal, que tiene que dar la vuelta. “Ya me parecía a mí”, contesta el pollo. El listu. Le indica el itinerario paso a paso y al final, gracias a dios y sobre todo a mi amigo, llegamos al lugar sin más percances y con un considerable cabreo. Porque es que el tío pretendía ir de Oviedo a Madrid pasando por Córdoba. Hay que joderse.
Y es que ponen a cualquiera tras un volante. Pero vamos a ver, macho. Si tienes que llevar a la tropa a un sitio, lo primero que debes de hacer es estudiar la ruta y tener clarito por dónde tienes que ir y qué desviaciones has de coger. Y si no lo sabes, pregunta. Eso es lo que hace un profesional que se precie y no lo que has hecho tú que fue tirar p’alante confiando en aquello del adagio de que todos los caminos conducen a Roma. Como si los que te acompañan fueran jilipollas.
Eso mismo es lo que ha hecho un tal José Luis Rodríguez Zapatero hace unos años cuando se anunciaba el advenimiento de una crisis del copón, tirar para adelante como si no ocurriera nada. Se lo dijeron por activa y por pasiva, en castellano, en inglés y en arameo. Y él, nada, erre que erre. “Vamos bien, esto es una desaceleración de la economía que cederá el último trimestre de 2009”, decía el ilustre. Ahora, dos años después, deambulamos sin rumbo ni ruta hacia ninguna parte, no se si esperando que una mano caritativa coja el volante y, con pulso firme, dirija este autobús que es España hacia una estación segura y definitiva.
“Errare humanum est. Perseverare diavolicum” (Séneca)
Imágenes de Google
Y es que ponen a cualquiera tras un volante. Pero vamos a ver, macho. Si tienes que llevar a la tropa a un sitio, lo primero que debes de hacer es estudiar la ruta y tener clarito por dónde tienes que ir y qué desviaciones has de coger. Y si no lo sabes, pregunta. Eso es lo que hace un profesional que se precie y no lo que has hecho tú que fue tirar p’alante confiando en aquello del adagio de que todos los caminos conducen a Roma. Como si los que te acompañan fueran jilipollas.
Eso mismo es lo que ha hecho un tal José Luis Rodríguez Zapatero hace unos años cuando se anunciaba el advenimiento de una crisis del copón, tirar para adelante como si no ocurriera nada. Se lo dijeron por activa y por pasiva, en castellano, en inglés y en arameo. Y él, nada, erre que erre. “Vamos bien, esto es una desaceleración de la economía que cederá el último trimestre de 2009”, decía el ilustre. Ahora, dos años después, deambulamos sin rumbo ni ruta hacia ninguna parte, no se si esperando que una mano caritativa coja el volante y, con pulso firme, dirija este autobús que es España hacia una estación segura y definitiva.
“Errare humanum est. Perseverare diavolicum” (Séneca)
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