Cuentan de un viejo profesor que cada año comenzaba sus clases diciendo que la trayectoria docente pasa por tres etapas claramente diferenciadas. En la primera de ellas, de más energía e ilusión que experiencia, identificaba al profesor con Sancho el Fuerte. En la segunda, de plenitud de conocimiento, con Sancho el Grande; y en la última, en la que la experiencia y el sentido común están a la par de la ciencia, con Sancho Panza. Lo oí por primera vez en mi primer año en la universidad cuando asistíamos a clase de una asignatura cuyo catedrático, de avanzada edad, despachaba sus clases magistrales a primera hora de la mañana más preocupado de ser reverenciado por sus alumnos que por los conocimientos que pudiera trasmitirles. Evidentemente ya hacía años que se había convertido en Sancho Panza. Sin embargo, esa alusión a los personajes históricos y al literario sigue estando vigente en todos los órdenes de la vida, no teniendo por qué coincidir forzosamente con la edad cronológica de las personas. Los hay que son “fuerte” hasta que se mueren y los hay “panza” desde que nacen. También los hay que nunca han pasado, ni pasarán, por la etapa intermedia. Y, ¿qué me dicen de los que participan de los tres perfiles a un tiempo?, todos tenemos esa característica, cuanto menos larvada. En alguna ocasión somos fuertes, atrevidos y despiadados, al mismo tiempo que taimados y prudentes, y unos calzonazos en nuestras vidas social, laboral o familiar. Indistintamente. Hagan esas combinaciones de esos seis elementos tomados de dos en dos, o como quieran hacerlo. A alguien conocerán que es un tirano con sus hijos y con sus subordinados a la vez que una marioneta con su esposa y el clásico hombre taimado y tranquilo para con sus amigos y conocidos. Un señor, vamos. Lo mismo vale para las féminas. Algo que denota cierto desequilibrio y ausencia de definición. O se es, o no se es. Porque ser para nada es tontería, como diría el otro.
¿A dónde quiere llevarnos Duke con esta milonga?, dirán ustedes. Muy fácil, queridos amigos. Con las elecciones a la vista, dentro de una misma corriente política, tenemos un ejemplo muy claro de lo expuesto. Como no le hacían ni puñetero caso, Sancho el Fuerte Cascos ha dado el portazo y con unos cuantos sanchos más se han ido a guerrear por su cuenta, convencidos de que ganarán la batalla. Y nadie lo duda. Mientras tanto su anterior jefe, Sancho el Grande Aznar, ejerce de maestro emérito allende los mares acusando al actual gobierno de proveer de armas y bombas de racimo al “amigo extravagante de occidente”, en alusión al Coronel Gadafi, como si él mismo no le hubiera pasado la mano por encima de su chilaba o no hubiera compartido dátiles en su haima. Sin embargo, ante estas dos circunstancias tan distintas, Sancho Panza Rajoy va a lo suyo, calla y deja hacer, esperando que el tiempo de y quite razones. Pero el tiempo no es eterno, se va como el humo y no dentro de mucho pondrá a cada sancho en su sitio. El tiempo es el más sabio.
Alguien decía que “Quien a los veinte años no es revolucionario no tiene corazón y quien a los cuarenta sigue siéndolo, no tiene cabeza”. Y a lo mejor tenía razón.
Imágenes de Google
¿A dónde quiere llevarnos Duke con esta milonga?, dirán ustedes. Muy fácil, queridos amigos. Con las elecciones a la vista, dentro de una misma corriente política, tenemos un ejemplo muy claro de lo expuesto. Como no le hacían ni puñetero caso, Sancho el Fuerte Cascos ha dado el portazo y con unos cuantos sanchos más se han ido a guerrear por su cuenta, convencidos de que ganarán la batalla. Y nadie lo duda. Mientras tanto su anterior jefe, Sancho el Grande Aznar, ejerce de maestro emérito allende los mares acusando al actual gobierno de proveer de armas y bombas de racimo al “amigo extravagante de occidente”, en alusión al Coronel Gadafi, como si él mismo no le hubiera pasado la mano por encima de su chilaba o no hubiera compartido dátiles en su haima. Sin embargo, ante estas dos circunstancias tan distintas, Sancho Panza Rajoy va a lo suyo, calla y deja hacer, esperando que el tiempo de y quite razones. Pero el tiempo no es eterno, se va como el humo y no dentro de mucho pondrá a cada sancho en su sitio. El tiempo es el más sabio.
Alguien decía que “Quien a los veinte años no es revolucionario no tiene corazón y quien a los cuarenta sigue siéndolo, no tiene cabeza”. Y a lo mejor tenía razón.
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