viernes, 4 de febrero de 2011

CAPÍTULO IX: DIVORCIO


Tenía en su casa una mujer bandera, de esas que quitan el hipo. Y el sentío. La enseñaba en actos sociales y presumía de ser el dueño de aquella belleza pero, fuera de ellos, no hacía lo suficiente por cultivar su amor, por agradarla. De todas formas ella le quería a su manera. Ya estaba acostumbrada a ser utilizada, a no ser para él más que una mujer objeto. No en vano había pasado por lo mismo en sus anteriores matrimonios. Un día le vio en televisión, formaba parte de un grupo de hombres y mujeres, casi todos casados como él, que vitoreaban a una mujer recién divorciada, con toda una vida dedicada a su hogar. Ella lo había echado a andar, lo hizo prosperar y, después de mucho tiempo, decidió abandonarlo por un simple desdén. Quería crear un nuevo hogar y estaban locos por compartirlo con ella. Pensaban que allí estarían mejor, ella les daría más relevancia cuando antes no la tenían. Pero para hacerlo tenían, a su vez, que divorciarse. Algunos lo hicieron y abandonaron su casa cuando vieron la respuesta de otros que estaban en su mismo caso. Sin embargo unos pocos, entre los que se encontraba nuestro protagonista, decidieron quedarse a los dos palos en espera de obtener alguna rentabilidad cuando decidiesen elegir con cuál quedarse. Y ella lo sabía, cuanto menos lo sospechaba. Hasta que días después volvió a verlo en idénticas circunstancias, en esta ocasión en una fotografía del periódico. Estaba en primera línea jaleando a aquella tremenda mujer. Fue entonces cuando se le encendió la luz.

Pero no podía hacer nada por evitarlo. Pese a que el tema estaba ya en la calle y a que todos los vecinos hablaban de ello, su marido persistía en su actitud, arrastrando a algunos -quizás a todos- de sus hijos y no acababa de poner las cartas boca arriba y decirle que la abandonaba por otra. ¡Qué ingratitud!, y ¡qué descaro! Se tuvo que conformar con permanecer a la espera de que el hombre se dignase a comunicarle su decisión. Me quedo o me voy. Y eso es todo.

Cualquier parecido con la realidad no es pura coincidencia, y muchos de ustedes lo sabrán. Porque, como en el caso de nuestra cornuda y ficticia protagonista, habrán visto en la prensa del pasado domingo a un dirigente popular langreano en las primeras filas del acto que el día anterior había tenido lugar en un hotel de Pola de Siero aplaudiendo la arenga del exvicepresidente y exministro del gobierno de Aznar. El mismo domingo se vio en el acto de Luarca a otro dirigente presenciando la firma de afiliación al Foro del que será el candidato a la presidencia. Se sabía que en Langreo eran partidarios de Cascos, pero nos hemos preguntado -como lo hemos hecho la pasada semana (“¿Quién va en las listas?”)- si los miembros del Pepé de Langreo serían leales a su partido y si tardarían mucho en comunicárselo y divorciarse de él. Y ayer mismo lo han hecho. Dirigentes y concejales se van con sus lealtades y su música a otra parte. Con Paco Cascos, como era de preveer. Y, próximas las elecciones, dejan a la que siempre fue su casa descabezada y sin grupo municipal porque, aunque se queden con la peregrina disculpa de que los langreanos no quisieron dar mayoría absoluta a los socialistas, se olvidan de que esos mismos ciudadanos quisieron dar su voto a los populares, y ellos ya no lo son por decisión propia. Si queda algún militante debería de ocupar esas concejalías. Son del partido. Al menos eso pensamos. ¿Y ustedes?

Imágenes de Google

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