miércoles, 20 de enero de 2010

HAITÍ, 12-E


Las desgracias siempre se ceban con los más pobres, con los repudiados por la fortuna y la justicia. Haití fue el segundo país del continente americano -después de Estados Unidos- en adquirir la independencia en 1804, y es recordada en los anales de la historia por ser el primer caso en que los esclavizados abolieron el sistema esclavista de forma autónoma y perdurable en el tiempo, sentando un precedente definitivo para el fin de la esclavitud en el mundo. Sin embargo es un país que, a lo largo de su historia, nunca ha mantenido una mínima estabilidad política. Desde la ocupación militar norteamericana entre los años 1915 y 1934 y el infausto mandato de la saga de los Duvalier (Papá Doc y Nené Doc) entre los años 57 y 86, se sucedieron innumerables presidencias, siempre terminadas por deposiciones o golpes de estado, entre los que cabe destacar el de Jean-Bertrand Aristide, depuesto y exilado en 2004. Impera la religión católica y una minoría protestante que es la más influyente del país, ambas marcadas por el vudú, de procedencia africana, que también es practicado como única religión por un sector importante de la población. En un territorio poco más de dos veces Asturias, compartido con la República Dominicana, y con una población que ronda los nueve millones de habitantes es el país más pobre del continente y uno de los más pobres del mundo. Y en esta situación de pobreza, creencias exotéricas y vaivenes políticos, les sacude la gran tragedia del terremoto acaecido el pasado día 12.

A día de hoy se desconoce la verdadera magnitud de la catástrofe. Se habla de cincuenta mil, cien mil muertos, quizás más. ¿Quién sabe?, porque con una organización administrativa donde el censo resulta dudoso e irreal es harto difícil constatar la población de Puerto Príncipe, la capital afectada por el seísmo, y cifrar el número de muertos cuando no se sabe a cuántos se está enterrando en fosas comunes, y ni siquiera lo que se hará con los que se amontonan y se pudren en las calles de la capital, cuyo número también se desconoce. Si a ello unimos los que aún permanecen bajo los escombros, los heridos que, a falta de medios sanitarios, no resistirán la situación, la hambruna que empieza ya a hacer mella en la población y a provocar saqueos y linchamientos y, por último, las eventuales epidemias que se producirán sin duda, todos concluiremos en que la situación se convierte en insoportable. Solo la ayuda internacional puede paliar las terribles consecuencias de una de las tragedias más impresionantes de los últimos años. Pero esa ayuda, que está llegando con cuentagotas, no debe de consistir únicamente en alimentos, ropas, medicinas, técnicos, sanitarios, etc. etc., que no es poco, sino que con ella debe de llegar una ayuda organizativa que administre todo ello y que confeccione y gestione la actividad tendente a la reconstrucción y gobierno del país. Por ello creemos que es necesaria la inminente convocatoria de una conferencia internacional auspiciada por Naciones Unidas de donde surjan acuerdos multilaterales para someter al país a un Protectorado. Al igual que no pueden valerse por sí mismos para hacer frente a la catástrofe y a sus terribles consecuencias, tampoco podrán gobernarse sin la ayuda internacional.

Y una cuestión importantísima. Recordando la tragedia de las Torres Gemelas de Nueva York, todos hemos podido observar que en los reportajes del suceso que nos sirvieron todos los medios, en ningún momento, se ha ofrecido el suceso en toda su magnitud porque las imágenes de los muertos fueron censuradas, secuestradas o, en cualquier caso, evitadas. A nadie de los que sobrevivieron, ni a los que fueron espectadores, gustaría ver en las televisiones los cadáveres de algún familiar, conocido o compatriota, arrastrados por una pala o amontonados en la calle. Los muertos haitianos tienen la misma dignidad, y así deberían de ser tratados. Por favor, no alimenten el morbo y eviten esas dantescas imágenes.

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