martes, 15 de noviembre de 2016

EXPERIMENTOS



Los de antes y los de ahora.



Aquel ácido nítrico estaba más pasado que el baúl de la Piquer pero allí estaba en uno de tantos de aquellos frascos pardoscuros que reposaban desde tiempos inmemoriales en las alacenas del laboratorio del Instituto y que contenían otros productos químicos como el sulfúrico o la sidra salvaje. El profesor nos explicó la fórmula que previamente había puesto en la pizarra: “en este matraz echamos un poco de granalla de cinc, le añadimos unas gotas de nítrico y reacciona…” No pasaba nada. “Es poco, echamos unas gotas más”. Como si lloviese. Va y le añade medio frasco, y aquello empieza a echar humo. “Chavales, cuerpo a tierra que esto explota”, y él mismo se apartó de allí. Cuando cesó la alarma un compañero se levanta y, con los brazos cruzados, dice serio: “Profesor, ¿podemos hacer la bomba atómica en el laboratorio?”. Risas. El otro serio, y el profe con un rictus irónico: “Chaval, tu quieres volar todo Sama”. Desde entonces no he vuelto a experimentar, sólo con gaseosa.
Porque, veamos, ¿quién, siendo un tierno infante o infanta, no ha intentado hacer veneno en su propia casa?, con lo que había a mano: aceite, aguarrás, vinagre, perejil, lejía y Mistol, entre otras porquerías. Luego se lo echábamos al gato que no paraba de correr hasta que encontraba salida, para no volver en tres o cuatro días. Duke hizo muchos de esos experimentos, al tiempo que innovaba: ajo, colutorio (para el aliento), donuts y otras marranadas. Y el gato tardaba más tiempo en volver. Hasta que no supimos más de él. Aquello sí que eran bombas atómicas.
Hoy en día los niños que tienen la edad que nosotros teníamos de aquella experimentan con los ordenadores, los móviles y todo lo que lleve circuitos impresos, bits y bites, pero no se lo dan a Micifuz, no. Se meten en el Pentágono, en las operadoras, en los servidores de internet (como ha pasado hace poco con Yahoo) y son capaces de espantar a usuarios y gobiernos. El gato ya está tranquilo.

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