sábado, 30 de julio de 2016

BELLEZA OTOÑAL


Éllas y sus halagos

No se si se habrán dado cuenta ustedes pero, a medida que se van haciendo mayores, las mujeres adolecen de un exceso de generosidad. Es pura observación, que nadie se moleste. Y, paradójicamente, ahora que estamos en pleno verano, con estos calores el asunto se hace aún más ostensible. El otro día estaba charlando en el parque con la mi amiga Maripuri y, en esto, acercose por allí una muyer de mediana edá e interrumpió la conversación. “Ay madre, ¡cuántu tiempu sin vete!, no se qué ye lo que haces pero estás más guapa que nunca...”. Duke y yo, que no conocíamos a la señora, nos apartamos prudentemente preguntándonos por dónde habría miráo a la nuestra amiga porque la verdá ye que la probe nunca fue muy agraciá que se diga. En justa compensación, Maripuri le dijo a la otra: “Na fía, no hago na, no tengo ni tiempu. Voy a la pelu una vez al mes y para de contar. Tú sí que tas guapa. Nótase que te trata bien la vida, no como el mi hombre que no haz más que beber y dame disgustos…”. En esto nos dimos cuenta de que la cosa iba para largo, que empezarían a contarse las hazañas de sus maridos y lo viejas y ajadas que estaban sus amigas, y cortésmente saludamos y dijimos adiós, hasta otro día.
Y es que cuando las damas pasan de los cincuenta adquieren algo especial que hemos notado, sobre todo desde que a nosotros nos pasó lo mismo. Después de haber sido unas mujeres normales, más guapas o más feas, de repente se convierten en señoras con un no se qué que las embellece y las hace encantadoras de la muerte. Parece como si entre ellas existiera un pacto tácito para elevar a la excelencia sus cualidades faciales y anatómicas, al menos cuando están juntas. Sin embargo entre nosotros los paisanos pasa algo muy distinto: “¡Coño, Luisinacio!, dijéronme que tabes en el hospital. Véote muy desmejoráu. Además engordaste y saliéronte canes… No te conocía, macho”.

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