domingo, 3 de enero de 2016

"NO PUDIERON CONMIGO"



El renacer de una antigua amistad
Pelayo y Giro

Le contaba la historia de su vida y mientras hablaba, mi joven amigo pensaba en lo que le gustaría llegar a la edad de aquel hombre con la cabeza tan bien amueblada, como él la tenía. No son familia y hace más de 30 años que no se veían, sin embargo Jerónimo le recuerda perfectamente. "Siempre ibas pegado a tu padre, rubio y así de alto (dice mientras baja la palma de la mano por debajo de la cintura). Siempre que te veía te preguntaba qué tal estabas y siempre decías que bien. Después te fuiste a estudiar a Salamanca y siempre preguntaba a tu padre cómo te iba". Jerónimo Fernández era amigo de José Antonio Carabín y ahora, tras un reencuentro premeditado, también es amigo de su hijo, Pelayo. Giro, como se le conoce, le cuenta que su padre murió en la mina cuando él sólo tenía 6 años, una hermana suya murió con 12 años después de una larga enfermedad, de esas de principios del siglo XX. Su madre, consiguió sacarles adelante a él y sus hermanos, gracias a una huerta, unas vacas y la pensión. "Nunca nos faltó de nada la verdad, incluso mi madre ayudaba a algunas familias que pasaban por La Nueva. Recuerdo a una familia con muchos hijos que llegó un día a mi casa, el más pequeño estaba desnutrido y venía con la boca cubierta de moscas. Mi madre les ayudó. Hoy en día sólo vive aquel chaval y aún nos saludamos".
Giro es el vivo testimonio de muchos asturianos de la Cuenca del Nalón, cuya vida ha estado ligada irremediablemente a la mina. "Yo empecé como pinche en un lavadero de carbón pero los maestros decían a mi madre que tenía que estudiar, que tenía madera y había que aprovecharlo", relata con vehemencia. Su carácter conciliador y su bondad son un aval. Lo saben bien quienes le tratan y conocen, hasta el punto que, pese a haber sido siempre de derechas, convivió con los fugados  que sobrevivían escondidos en los montes tras el fin de la Guerra Civil. "Mis hermanos eran de izquierdas y tenían relación con los maquis. Yo a veces llegaba a casa y los había  cenando en mi casa, pero yo nunca dije nada a nadie. Incluso veía como subían al monte a buscarlos, pero estaban bien escondidos. Yo sabía dónde estaban y jamás dije nada". Mientras Giro habla, Pelayo siente rabia, por él y por miles de personas que envejecen llenos de vivencias y sabiduría sin que nadie lo plasme en los libros. “Pasa la vida y dejamos que se pierdan sus historias, nuestra Historia”, dice Pelayo. Ayudante en un lavadero, delineante, topógrafo e Ingeniero Técnico de minas. Gracias a su buen hacer, ascendió como la espuma al lado de la mina. Orgulloso le contó cómo se sirvió de su influencia en los pozos mineros para mejorar la vida de los picadores, los vigilantes y los conductores. Cómo aplicó las enseñanzas de sus buenos profesores para mejorar las infraestructuras dentro de las explotaciones: vías más seguras, jornadas más llevaderas, nuevas herramientas...
Antes de despedirse le dijo, y le repitió: "No pudieron conmigo Pelayo. No pudieron conmigo". Pensaba en su padre, su hermana, su experiencia en la mina y en sus 88 años. Nada de aquello pudo con Giro, un hombre menudo pero fuerte. Tan fuerte como el abrazo que se dieron al final. Caminaban en sentido opuesto y mi amigo miró hacia atrás. Giro le miraba también y sonreía. Parecía que le estuviera preguntando: ¿Qué tal estás Pelayo? Fue el comienzo de una duradera amistad.

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