Hace
dos días Duke llamó mi atención sobre algo en que casi
nunca
reparo. Terminábamos de llegar a casa y nos sentamos ante la tele,
cansados y relajados. Ponían cualquier cosa, en este caso Cocina,
una receta de “Raya rellena de calamares” (¡qué rico!). La
cámara se acerca a la tabla de cocina y se fija en la actividad del
cocinero mientras éste habla con el entrevistador de turno. El
cuchillo parte cebolla a velocidad endiablada y, durante un buen
rato, se ve la muñeca derecha del artista que lleva un reloj de esos
que tienen más botones y mandos que el coche de Fernando Alonso. El
Rolex, o lo que fuera, marca las 17:40 horas. Miro mi Lotus de un
solo botón y me dice que son las 19:45 e incrédulo vuelvo la vista
a la pantalla de la tele y compruebo que, sobreimpresionado, reza un
texto que dice: “Directo-19:47”. Siempre fui consciente de que
andaba un poco atrasado…, de hora, de noticias, de modas…, pero
no tanto como dos horas, en este caso. Y Duke se puso a pensar y,
después de un día (él también se retrasa) me dice: “Esto no es
más que un burdo ejemplo de lo que vemos a diario”. Tras un
momento de reflexión, me dí cuenta de que Duke tenía razón. Hace
ya mas de diez años, y durante dos o tres, acompañé cada dos meses
a una señora mayor, muy querida para mí, a visitas de revisión
médica. La enfermera siempre le preguntaba por su edad…, tenía 73
años, y siguió teniéndolos durante los dos o tres que fuimos a la
consulta. Realmente tenía algunos más, sobre todo en las últimas
visitas. Tengo también una entrañable amiga, menos joven élla, que
se niega a confesar su edad, y yo, que no me niego a ello, la
comprendo porque, en definitiva, lo que importa no es la edad sino la
duración, la vida. ¿Qué más le da a uno tener 35 años, si la
palma a los 36?. Para eso todos preferiremos tener 70 y estar camino
de Benidorm con el INSERSO hasta los …taytantos, ¿o no?. Vean
ustedes, queridos amigos:
Era
ciego de nacimiento y el mejor relojero del Sur, cuando el
Ayuntamiento le encargó un reloj monumental para la estación de
ferrocarril de Nueva Orleáns, próxima a inaugurar en tiempos de la
Segunda Guerra. Su único hijo murió en ella, en Europa, cuando él
terminaba su trabajo. Y, ya terminado, el día de la inauguración
del “Grand Terminal” -allí estaba Teddy Rooselvet-, cuando se
corrió la cortina que cubría el gran reloj, alguien dijo “Va
hacia atrás”, y todos comprobaron que las agujas giraban hacia la
izquierda, y el tiempo retrocedía. El orfebre se explicó: “He
hecho que ande así para que, tal vez, los chicos que hemos perdido
en la guerra puedan levantarse y volver a casa, para trabajar, tener
hijos y vivir vidas largas y plenas…”. Así comienza “El
curioso caso de Benjamín Buttom”, un bebé que nace anciano y
muere recién nacido. ¡Imposible!, pero no por eso menos “curioso”.
Da mucho que pensar, eso de observar que naces muy viejo, lleno de
arrugas, cataratas, con artrosis y bastón, por supuesto, y ver que,
con el tiempo, rejuveneces, prescindes de la tercera pierna, te
crece el pelo y comienzan a gustarte las mujeres, tiene que ser la
pera. Por contra, a medida que creces y te haces más joven, cuando
estás en la plenitud física, pero empiezas a ser viejo y te fallan
las neuronas, tiene que ser muy jodido pensar que tienes el tiempo
tasado: Tic, tac..,tic, tac.., hasta que vuelvas a nacer, y te mueras
para siempre, como el reloj que marcha hacia atrás, hacia la nada.
Eso sólo puede ser producto de imaginaciones calenturientas como la
de Scoot Fitzgerald. Así y todo, aún hay gente que piensa, aunque
digan o digamos lo contrario, que el hecho de quitarse años (o horas
como el cocinero de la tele) alarga la vida, hasta que un día
estornuden y se les caigan los dientes en la sopa, y delante del
respetable. Hacia atrás solo andan los cangrejos, y así les va. A
ellos también se los llevó el Katrina, como al reloj de esta
historia.
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