martes, 7 de marzo de 2017

VA HACIA ATRÁS

Hace dos días Duke llamó mi atención sobre algo en que casi
nunca reparo. Terminábamos de llegar a casa y nos sentamos ante la tele, cansados y relajados. Ponían cualquier cosa, en este caso Cocina, una receta de “Raya rellena de calamares” (¡qué rico!). La cámara se acerca a la tabla de cocina y se fija en la actividad del cocinero mientras éste habla con el entrevistador de turno. El cuchillo parte cebolla a velocidad endiablada y, durante un buen rato, se ve la muñeca derecha del artista que lleva un reloj de esos que tienen más botones y mandos que el coche de Fernando Alonso. El Rolex, o lo que fuera, marca las 17:40 horas. Miro mi Lotus de un solo botón y me dice que son las 19:45 e incrédulo vuelvo la vista a la pantalla de la tele y compruebo que, sobreimpresionado, reza un texto que dice: “Directo-19:47”. Siempre fui consciente de que andaba un poco atrasado…, de hora, de noticias, de modas…, pero no tanto como dos horas, en este caso. Y Duke se puso a pensar y, después de un día (él también se retrasa) me dice: “Esto no es más que un burdo ejemplo de lo que vemos a diario”. Tras un momento de reflexión, me dí cuenta de que Duke tenía razón. Hace ya mas de diez años, y durante dos o tres, acompañé cada dos meses a una señora mayor, muy querida para mí, a visitas de revisión médica. La enfermera siempre le preguntaba por su edad…, tenía 73 años, y siguió teniéndolos durante los dos o tres que fuimos a la consulta. Realmente tenía algunos más, sobre todo en las últimas visitas. Tengo también una entrañable amiga, menos joven élla, que se niega a confesar su edad, y yo, que no me niego a ello, la comprendo porque, en definitiva, lo que importa no es la edad sino la duración, la vida. ¿Qué más le da a uno tener 35 años, si la palma a los 36?. Para eso todos preferiremos tener 70 y estar camino de Benidorm con el INSERSO hasta los …taytantos, ¿o no?. Vean ustedes, queridos amigos:

Era ciego de nacimiento y el mejor relojero del Sur, cuando el Ayuntamiento le encargó un reloj monumental para la estación de ferrocarril de Nueva Orleáns, próxima a inaugurar en tiempos de la Segunda Guerra. Su único hijo murió en ella, en Europa, cuando él terminaba su trabajo. Y, ya terminado, el día de la inauguración del “Grand Terminal” -allí estaba Teddy Rooselvet-, cuando se corrió la cortina que cubría el gran reloj, alguien dijo “Va hacia atrás”, y todos comprobaron que las agujas giraban hacia la izquierda, y el tiempo retrocedía. El orfebre se explicó: “He hecho que ande así para que, tal vez, los chicos que hemos perdido en la guerra puedan levantarse y volver a casa, para trabajar, tener hijos y vivir vidas largas y plenas…”. Así comienza “El curioso caso de Benjamín Buttom”, un bebé que nace anciano y muere recién nacido. ¡Imposible!, pero no por eso menos “curioso”. Da mucho que pensar, eso de observar que naces muy viejo, lleno de arrugas, cataratas, con artrosis y bastón, por supuesto, y ver que, con el tiempo, rejuveneces, prescindes de la tercera pierna, te crece el pelo y comienzan a gustarte las mujeres, tiene que ser la pera. Por contra, a medida que creces y te haces más joven, cuando estás en la plenitud física, pero empiezas a ser viejo y te fallan las neuronas, tiene que ser muy jodido pensar que tienes el tiempo tasado: Tic, tac..,tic, tac.., hasta que vuelvas a nacer, y te mueras para siempre, como el reloj que marcha hacia atrás, hacia la nada. Eso sólo puede ser producto de imaginaciones calenturientas como la de Scoot Fitzgerald. Así y todo, aún hay gente que piensa, aunque digan o digamos lo contrario, que el hecho de quitarse años (o horas como el cocinero de la tele) alarga la vida, hasta que un día estornuden y se les caigan los dientes en la sopa, y delante del respetable. Hacia atrás solo andan los cangrejos, y así les va. A ellos también se los llevó el Katrina, como al reloj de esta historia.

No hay comentarios:

Publicar un comentario