La futura desconexión catalana
A estas alturas de la película no nos cabe ni la menor duda
de que el tiempo está corriendo a favor de los independentistas, y ellos están
haciendo todo lo posible para que así sea. Incluido violentar las normas, como
lo han hecho el pasado martes al reunir a la mesa de portavoces del Parlament
sin estar constituidos todos los grupos parlamentarios. Los constitucionalistas
han anunciado que, cada uno por sí y también en conjunto, presentarán sendos
recursos ante el Constitucional, sabiendo que con ello no paralizarán ni
lograrán la anulación de la resolución que recurren porque ello no entra dentro
de las atribuciones del alto tribunal si no es invocado por el propio
ejecutivo. Por tanto, ayer lunes, hubo un Pleno en que se decidió el principio
del despegue. El inicio de una República Catalana, y muy posiblemente el acto
de investidura del nuevo presidente o presidenta.
Los acontecimientos se están desarrollando con más rapidez de
lo que en principio estaba previsto. Mientras tanto, parece que en Moncloa no
hay tantas prisas. Rajoy convoca y se reúne con los líderes de los partidos de
oposición, con sindicatos y patronal para llegar al acuerdo de defender la
Unidad de España. Y para de contar. El presidente ha querido rodearse y
cargarse de razón en su postura aunque el resto de grupos disientan en algunos
términos como pueda ser el tipo de estado y, en consecuencia el cambio
constitucional, y otros insistan en que llegó el momento de sacar la artillería
jurídica, refiriéndose claramente a la suspensión de la autonomía a que hace
referencia el famoso artículo 155 de la Carta Magna. Caso de Herzog de UPyD,
que ya ha tomado cartas en el asunto a través de una querella.
Así las cosas, y con el gobierno a la espera de que el
contrario mueva ficha, presentimos que algún as se están guardando en la manga
unos y otros. Es esta una lucha de estrategias, una batalla incierta sobre el
tablero de ajedrez de esta piel de toro de cuyo resultado -también incierto- no
tardaremos en tener noticias que, mucho nos tememos, no serán buenas para unos
ni otros y, en consecuencia, tampoco para los españoles, catalanes incluidos.
Son conclusiones provisionales que esperamos no tener que elevar a definitivas.
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