Una de triperos
Alguna
vez en estas páginas les hablamos de les fartures y de los fartones
que los hay, y muchos. Aquí y en toda tierra de garbanzos como Astorga, y Badalona también. Pues
resulta que en Murcia se celebró hace unos días un concurso de
bebedores de cerveza -y es que hay gente pa to, oye- en el que
resultó ganador un chaval que se metió entre pecho y espalda nada
más y nada menos que entre seis y siete litros de birra en menos de
veinte minutos. Si hacen cálculos verán que el record de la
ingestión alcanza bastante más de un cuarto de litro por minuto.
Una barbaridá. Es un tercio, lo que aquí denominamos media cerveza
que, evidentemente es más de un quinto. Pues el pollo se metió
media cada minuto. Con el resultado de que se quedó sin plumas, algo
lógico hasta cierto punto porque el bandullu no da pa tanto. Lo que
no sabemos es la marca del líquido. Sí dicen las crónicas que el
murciano se murió en su heroicidad y, en consecuencia, se declararon
tres días de luto oficial. Y esa declaración la hacen precisamente
quienes autorizan tamaño disparate. Es lo mismo que si hacen un
concurso de salto en paracaídas sin paracaídas. ¡Hay que joderse!
En
este país somos muy dados a los excesos como éste, pero es que,
además, presumimos de ello. Un amigu míu (y de muchos de ustedes)
me contaba no hace mucho tiempo una aventura acaecida hace años en
compañía de otros, también muy conocidos. Después de una
caminata, recalaron en un pueblo donde preguntaron dónde podían
comer algo. El interpelado les indicó que allí sólo podía darles
de comer una señora que tenía una pequeña tienda de esas que
venden de todo, lo mismo azúcar que aceite o madreñes. En fin, que
allí fueron. La señora les dijo que sólo podía ofrecerles
patatas, güevos y chorizos. “Pues póngalo abundante”, le
dijeron. Así lo hizo la mujer varias veces, asombrada del “saque”
de aquella gente. Porque, según contó mi amigo -que come como
Obelix, más o menos- uno de ellos se comió doce chorizos, seis
güevos fritos y un balagar de patates frites. Como pa un regimiento.
Y el narrador concluyó su historia, real como la misma vida,
afirmando asustado que él mismo sólo se había zampado la mitad que
el otro, es decir seis chorizos y algo menos de lo otro. “Nunca ví
a nadie comer tanto”, dijo. Para morirse, como lo del finado
murciano.
A
Duke le recuerda esto aquella peli, “La Leyenda del Indomable”,
en la que Polniuman apostaba a que se comía sesenta huevos cocidos,
o algo así. Y ganó la apuesta, pero terminó con el buche como el
de una embarazada de quintillizos. Malito, malito…
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