Cuando las culpas son para el mensjero
Vamos a ver, Duke y este que le da a la tecla aún no sabemos
qué es lo que habremos hecho que todo el mundo nos carga con el mochuelo de las
cosas malas que pasan en este bendito Langreo. Que hay una ola de vandalismo
callejero que nos ahoga, que lo diga Duke. Que el alumbrado público no se
enciende y apaga cuando llega la oscuridad y la claridad, que lo diga Platerín.
Que cae una tromba de agua de la virgen y se nos inunda hasta el río Nalón, a
Marce. Voy a este último acontecimiento. Hace unos días uno de ustedes me paró
en la calle para decirme que las inundaciones habidas en algunos lugares de
Langreo causadas por la tromba caída el sábado, día 2, fueron debidas a la
negligencia del ayuntamiento y, en concreto, al mal funcionamiento de los
servicios de limpieza porque toda la porquería que quedó en las calles no
provenía de arriba, de la nube, sino de abajo, de las alcantarillas que, dado su
estado de obstrucción y al no ser saneadas periódicamente, repelieron el agua
que recibían arrojándola a la calle en compañía de todas las ñórdigas que había
adentro, introduciéndola a su vez en bajos y vehículos por allí estacionados.
El fulano me decía todo esto y más con un cabreo importante y levantando la voz
como si los culpables fuéramos Duke y yo. Sin darse cuenta de que en este
pueblo tenemos un hermoso juzgado que declara inocencias y culpabilidades y de
que el propio consistorio tiene un hermoso registro (según entras a la
izquierda) para hacer las protestas y reclamaciones oportunas. Sin embargo nos
lo dicen a los que le damos a la tecla, como si el pianista tuviera todas las
culpas.
Esto me recuerda una ocasión en que un amigo y yo entramos a
tomar una copa en un café musical. Un hombre sentado al piano tocaba piezas
suaves en un ambiente relajado. Nos acercamos a la barra y solicitamos nuestras
consumiciones. Tras tomar el primer trago, un mono salió desde detrás del
mostrador y metió sus partes en la copa de mi amigo que, airadamente, protestó
al camarero. Éste le cambió la copa pero al rato el mono volvió a hacer lo
mismo. “Oiga, camarero, ¿de quién es este mono”, preguntó. “No lo se, debe de
ser del pianista”, repuso el barman. Y acercándose enfadado al músico le
preguntó: “¿Sabe por qué el mono mete los güevos en mi copa?”. “Si me la
tararéa”, contestó el músico”. Y es que todos culpan a los de la tecla.
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