El precio de la fama
Veréis
lo que nos pasó hace dos horas, hoy sábado que le doy a la tecla.
Una de la tarde, en la placidez y relajo de la botellina de sidra,
les aceitunes y el pitín, la conversación intranscendente o no, y
los cabreos habituales (que nunca faltan). No penséis que soy el
Papa que habla en plural, ye que casi todos sabéis que somos dos,
Duke y yo. El que dicta y el que escribe. Dicho lo cual, y estando en
estas que les acabo de contar, se acerca a nuestra mesa nada más y
nada menos que un “primo carnal de una sobrina de aquel que taba de
conductor en los autobuses de La Nueva que tuvo un accidente
domésticu cuando iba por huevos al gallineru, y acabó coxu. Sí,
hombre, que era muy famosu y taba casáu con una de les fíes de
Manolín el Sordu, que-í puso los cuernos con uno que vino de
Cornellana a trabajar en Pumarabule…” Después de tan detalladas
señas y ante la suma importancia de lo que tenía que decirnos,
evidentemente, me dí cuenta de quién me hablaba. “Claro, claro,
ya caigo. Creo que lo conozco, pero no me acuerdo muy bien de la
cara. Sí me acuerdo de su cojera. ¿No traía un bastón?... Claro,
el que yo pensaba. ¿Y qué?”, le pregunté ante aquella importante
presentación que talmente parecía estaba enseñando las cartas
credenciales del embajador de Pola del Tordillo. Y nosotros sin
sabelo. Y el tío, poniéndome la mano encima del hombro como si
fuéramos colegas desde la mili, me dice ufano: “Ye que la mi muyer
lee los artículos tuyos del periódicu to los días. No pierde uno.
Y díjome que, como yo bajo a Sama, si te veía un día por ahí, que
te diese un saludu de su parte y que te dijera que yos des más caña
tovía, y que…, bla, bla, bla…”. Y saca de la chaqueta un papel
de periódico doblado y ya amarillento mientras, por cortesía, le
pregunto: “¿Y quién es su esposa, si puedo saberlo?”. “Sí,
hó, tienes que conocela. ¿Non te acuerdes de Pili, la fía Ferinón
el de les Pieces que….”. Le interrumpo. “Sí hombre, como no
voy conocerla. Pués nada, dígale que gracias por leerme y que se
hará lo que se pueda. Ya sabe, en eso de dar caña, jeje. Encantado
y de saludos a Pili de mi parte”. Y en esto desdobla el papel al
tiempo que me pide que le ponga mi firma en él. “Pidiome a ver si
podíes echái un autógrafo en un artículo tuyu. Ye incondicional,
oye”, y me lo presenta sobre la mesa. Sin mucha sorpresa veo que se
trata de una columna de mi amigo y colega ladense, José Manuel
Ibañez. Echo mano al bolígrafo y le estampo nuestra firma en el
papel. “Para Pili de Duke”. No tenía tiempo, ni ganas, de más
explicaciones.
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