Lo que hacemos los técnicos

Tras
la comida y limpieza de cacía, me dispongo al cuelgue. Chupáo. Se
que estará en diez minutos. Luego echaré una siestita veraniega.
Tomo el taladro con la broca adecuada, apunto, disparo y agujero
listo. Taco y alcayata. Ya está uno. ¡Lo que hacemos los técnicos!
Tomo de nuevo el taladro, apunto, disparo y oigo “Cataclock, clock,
clack…”. ¡Hostia!, a través del agujero veo claridad. Al otro
lado de la pared está un cuarto de baño, así que voy corriendo y
me encuentro con un ladrillo y el azulejo pegado a él rotos en
pedazos esparcidos por la bañera. ¡Vaya cristo!, ¿y ahora qué
hago yo? “Tranquilo, piensa -me dice Duke- ya te ha pasado otras
veces”. Cierto, tengo repuesto pero no tengo cemento rápido y todo
está cerrado, así que echo mano de un remedio casero. Harina y agua
hacen una pasta aceptable, no sólo para bizcochos. Así que lo
coloco todo con una buena dosis de la milagrosa pasta, tapo con ella
el buracu del salón y, en blando, introduzco el taco. Espero dos
horas, alcayata y cuelgue. Limpio todo, paseo vespertino, culete y
vuelta al dulce hogar de matecada donde la mandakari me espera con los brazos en
jarras y cara de mala hostia. El cuadro desprendido y rasgado, y la
bañera llena de cascotes y toda rayada. ¡Qué cuadro! Para encima
la santa sin harina pa la tarta. Poco más y nos cuelga a los dos.
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