Si
Duke se calla revienta. Por eso tiene que contarlo. ¿Por qué no? Y
es que hay días en los que uno no está para nada, mete la pata una
vez, y otra también, hasta las mismas trancas y tiene unas coladuras
gloriosas, como ésta que les cuento.
Paseábamos
distraídamente por una calle de Sama cualquiera un domingo por la
tarde. Apenas hay gente. Estarán en la Feria o en su casa viendo los
Juegos. Quizás ni estén, que es lo más probable. De pronto, al
girar una esquina, me encuentro de sopetón con una vieja compañera
de Facultad que vive y trabaja en la capital. Hace mucho que no nos
vemos. Va acompañada de un monumento, de una beldad. Nos saludamos
con un par de besos, muack, muack… Mientras ella va vestida de
manera informal -tejanos, sandalias y camiseta-, su compañera va de
pasarela. Vestido corto, un poquito encima de las rodillas, zapatos
de tacón de vértigo y un profundo escote que deja adivinar unas
poderosas razones de convicción hacia nuestro sexo, y también hacia
el otro, ¡qué diantres! La belleza no entiende de genéticas.
Rubia, piernas bien torneadas, con un bronceado discreto. Una
preciosidad de unos treinta y tantos, calculo. A hurtadillas no puedo
dejar de contemplar aquel magnífico escote, y mi amiga, que no es
tonta y se percata de la maniobra visual, hace la presentación
oportuna. “Te presento a Marce. Marce, esta belleza es mi sobrina
“A”, la hija de mi hermano, ¿te acuerdas?”. “Claro que me
acuerdo. El arquitecto. Pues ha diseñado una hermosa obra…”. Y
me acerco a ella para darle el saludo de rigor, sin perder de vista
su espléndido escote, al tiempo que digo: “Mucho busto, “A””.
Muack, muack. Y ella, con una encantadora sonrisa me responde
divertida y con una voz serena y modulada: “El busto es mío,
Marce. Encantada de conocerte”. Cuando me percato de mí exabrupto
me debí de poner de todos los colores, porque me entró un sofocón
de aúpa. Ni se me ocurrió pedir disculpas. Quedé mudo como una
tumba hasta que, viendo mi apuro, mi amiga rompió el hielo, tras una
sonora carcajada. “¿Qué os parece si tomamos algo?”. Y no
sentamos los tres en una terraza, acompañados de Duke, y charlamos
durante una larga hora, en un rato agradable y distendido. Eso sí,
de vez en cuando, mi mirada recorría los contornos de aquella
magnífica anatomía femenina. Y ye que no somos de piedra, boba.
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