Los caprichos de las madres políticas
Melón de Astorga partido comparado con uno de Badalona |
Para
aquellos que piensen que nada tienen que ver unas con los otros, vean
lo que sucedió hace años a un amigo recién casado de lo que fui
testigo finalista, más por desgracia que por suerte. En la placidez
de un sábado otoñal cualquiera, pijama, tálamo matrimonial y,
pongamos por caso, “La casa de la pradera” (sólo es para hacer
pareado).
Entra
en la habitación la churri y le dice, “cariño, a mamá le apetece
melón…”. Se le pusieron los ojos como los mismos. ¿Y yo qué
tengo que ver con los caprichos de tu madre?, preguntó, oliéndose
la respuesta. “Nada, ya sabes que afuera de la Plaza de Abastos hay
un puesto al aire libre…, ¿por qué no te acercas?, de paso tomas
un café”. A estas alturas del matrimonio ya saben ustedes que una
sugerencia de la mandakari es igual que una orden del sargento,
máxime si acabas de licenciarte de aquella puñetera mili que
hicimos algunos. Pues nada, que el infeliz se viste, coge su “Cirila”
y se va en busca del preciado fruto desde tres kilómetros arriba del
puesto melonar del que está ausente su titular (¿nos volveremos
poetas?). En su espera, toma un café, y otro acompañado de la copa
de Fundador, hasta que por fin aparece el melonero a quien compra un
hermoso ejemplar de Astorga para su amada suegra. Llega a casa, entrega el
mandado, se vuelve a poner el pijama y de regreso al catre a ver lo
que quedaba de la peli del pequeño de Bonanza. Feliz en su reposo
sabatino se sirve otra copa, soñando con un sábado tranquilo a pie
de la Primera.
Nueva
interrupción: “Cariño, mi madre dice que el melón está verde,
que si le traes otro, pero que sea de Badalona". Mi amigo vuelve a vestirse echando sapos y culebras en
pensamiento, pero callado como un ahogado (esto ya deforma). Sale del
dormitorio, coge el melón y lo arroja por la ventana al mismo tiempo
que dice: “Ahora ya puede comerlo, está maduro”. Y se marcha de
casa, tal cual. Nos llama a otro amigo y a mí y escupe una orden:
“Nos vamos a Gijón”. Y para la villa de Jovellanos nos fuimos
los tres en la Cirila por aquellos altos de Gargantada y La Madera
que, por entonces, con ese coche suponían arrastrar el focicu por el
asfalto si ibas a más de sesenta. Más copas en Gijón, Parque del
Piles y otros emporios de la diversión y vuelta a casa, tomando las
curvas de dos en dos. Cada mochuelo a su olivo. Y cuando él llega al
suyo se encuentra el melón espachurráu encima de su cama y a la
mandakari durmiendo con su madre. Se acostó en la alfombra.
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