Los artistas callejeros
Como
todas las ciudades y pueblos de la geografía patria, Madrid tiene
multitud de rincones donde músicos callejeros exhiben su arte,
bueno, malo o regular, por unas pelillas de nada. Guitarras, saxos,
trompetas, violines, chelos, contrabajos… Y, con mucho trabajo,
estas gentes se ganan la vida más mal que bien, pasando hora tras
hora a la intemperie deleitando o aburriendo al personal cuando,
ahora, llega la alcaldesa y quiere examinarles para darles el
salvoconducto oportuno para que puedan vivir de su instrumento. ¡Qué
agraviosa decisión! A la dama del “Relaxing cup of café con
leche” nadie le exigió un certificado de idoneidad para hacer el
ridículo más espantoso en defensa de los intereses olímpicos de
Madrid y dejar a todos los españoles más avergonzados que un peón
rebajado de categoría. Con todos mis respetos a estos trabajadores.
Pues se quedó tan pancha y, hoy mismo, ha comparecido para decir que
en 2024 no se presentan. Supongo que para esa fecha aún no sabrá
decir “Yes, very well”.
Desconozco
como se maneja en inglés nuestra alcaldesa, pero aquí, en Langreo,
María no se ha planteado examinar a nadie para tocar en la calle, ni
siquiera para pordiosear. Porque mira tú que hay gente en esos
menesteres. Cada vez más. La chica plateada de la esquina frente a
la iglesia, los habituales de cada supermercado, los de misas,
bautizos, bodas y funerales, y los que te abordan en la calle
pidiendo una moneda, sin más. Corren malos tiempos y cada cual lo
trabaja como mejor sabe. Pero volviendo a los músicos, la verdad es
que lo hacen muy mal. Nos destrozan los tímpanos, y lo que hay
detrás, con lo difícil que ye romper un martillu, un yunque o un
estribu. Sin más, el lunes pasáu, día de mercáu en Sama, había
tres d’esos en la calle Dorado. El primeru que encontré, ya
mayorín él, con una armónica del añu la güela tocaba no se qué,
que qué se yo. Y cuando pasé delante d’el apartó los labios del
parato pa pedime una limosna. El segundu, un consumáu organista,
dabái a la tecla tocando una marcha nupcial y de vez en cuando
prendía un pitu sin que la música dejase de sonar. Claro, una mano
p’al cigarro y la otra p’al mecheru. El que más me gustó,
tocaba un acordeón francés d’esos pequeños y, sin más, reconocí
la pieza. Era “Jazz Suite” de Sostacovich, el vals de “Eyes
Wide Shut” de Kubrick. Le pregunté qué era aquello y no lo sabía.
Se lo dije y le dí una moneda. En cualquier caso, aunque en Madrid
no aprobarían, al menos aquí alegran un poco la vida. “Relaxing
song of Asturias Patria Querida”.
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