Por no llorar
Hasta
hace escasamente diez días todos estábamos hartos del tiempo que
veníamos sufriendo los últimos meses. Tuvimos un crudo invierno y
apena vimos asomar la primavera. Ni los más viejos recordaban que a
mediados de junio e incluso, ya entrado el verano, por las fiestas de
San Juan todos anduviéramos aún provistos de ropa de abrigo y
paraguas. Nos quejábamos, no sin razón, y augurábamos un verano
similar sin tiempo para ir a la yerba, ni a la playa, ni la más
mínima oportunidad de ponernos en chanclas y bañador. Y ahora
resulta que, desde hace esos diez días, nos quejamos del calor, de
los 27 ó 28 grados de temperatura que tenemos en las horas más
sofocantes del día.
Se
preguntarán ustedes que a qué viene esto. Pues muy sencillo, Duke
tenía que hacer una columna para mañana y como anda asfixiado de la
caló, y cuando no hay otra cosa de qué hablar -como en los
ascensores- se habla del tiempo, puesto a darle a la tecla se dijo,
pues hablemos del tiempo. Pero es que, aunque no se lo crean, hay más
tiempos que los puramente meteorológicos. Hay tiempos políticos y
hay tiempos económicos. Hay tiempos de bonanza y hay tiempos de
ruina. Hay tiempos de juventud y tiempos de vejez. Hay un tiempo para
cada cosa. Y para todos esos tiempos, y para cada cosa, tenemos una
queja. Siempre nos hemos lamentado de nuestra política y nuestros
políticos, gobierne quien gobierne; de nuestra economía, administre
quien administre; de nuestra juventud porque queremos ser algo
mayores y de nuestra madurez porque ya nos vamos sintiendo viejos y
decrépitos y somos todo achaque y goteras. En fin, y en resumidas
cuentas, que nunca estamos conforme con nada de lo que tenemos.
Todos, menos mi querido amigo Silvino. En estos mismos mismos
momentos, en la silenciosa mañana de domingo, cuando de nuevo apunta
un día soleado y de calor, le siento pasar bajo mi ventana y se que
es él sin asomarme a élla. Porque pasa cantando, casi a pleno
pulmón. Porque es que Silvino canta a todas horas, llueva o haga
sol, esté triste o alegre, o le duela el espinazo. Canta hasta
cuando duerme y tiene un repertorio que te rilas, oye. Sábeles tóes
y, a sus años, entónales bien. El condenáu. El caso es que nunca
estuvo en ningún coro, sólo en el del chigre donde hace ya tiempo
que estaba mal considerado que alguien cantara (se pensaba que ya
estaba mamado). Hoy, por suerte, volvemos a aquella tradición que
buena falta nos hace. Cantamos por no llorar.
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