Predadores del río
Hubo
un tiempo en este concejo, y en casi todos, en el que los chicos
pasaban sus ratos de ocio haciendo diabluras. No tenían consolas, ni
internet y muchos ni siquiera televisión. Entonces jugaban en la
calle a lo que fuera. Juegos ancestrales, los de sus mayores o
algunos inventados. En mis tiempos, cuando las películas de indios y
vaqueros, jugábamos en la calle o en los bosques a policías y
ladrones o a eso, a sioux y yankis. Pero a mis catorce o quince años
supe de algunos de la tropa que se iban al río a cazar. Como lo
oyen. No iban a pescar, no. Provistos de una o más botellas de lejía
se situaban en recónditos lugares del río, la vertían y todo
consistía en esperar un rato y coger las truchas que salían a flote
envenenadas con el cloro. Bien sabían que lo que hacían no estaba
bien y que corrían sus riesgos, pero la aventura también estaba
ahí, en el riesgo. Si las comían después o las tiraban a la basura
lo desconozco.
Más
recientemente supe de un grupo de chavales, ya en edad militar, que
eran verdaderos terroristas en estos menesteres. No usaban lejía ni
nada tóxico para la especie, sino algo más seguro. Barrenos de
dinamita. Vean: Eran cuatro que decidieron ir a “pescar” más
allá de Tarna, en la provincia de León. Cerca de Riaño encontraron
un remanso en el río y, ya entendidos en la materia, creyeron
oportuno echar allí sus redes. Dos petardazos, uno tras otro, y las
truchas volaron por los aires. Para que después diga alguno que los
peces voladores no existen. ¡Vaya que sí! Lo malo es que luego no
pudieron recoger la pescata porque todas las truchas habían quedado
prendidas en un par de castaños de la vera del río. Había más
peces en las ramas que castañas en su tiempo. Ahora, ¿les tocaría
ir a la gueta?... Ni tuvieron tiempo a pensarlo. Inmediatamente
aparecieron cuatro Guardias Civiles que los trincaron con las manos
en el cartucho. Habían ido a la parte trasera de un puesto de la
menetérica. ¡Hay que joderse! Cuatro garrotazos, dos hostias o
media docena, declaración y p’al Cuartón. Allí estuvieron dos
días acojonados hasta que tocaba declarar ante la autoridad
judicial. Y las truchas en la castañal. Declararon ante el juez
aquello de “yo no fui”, “yo no sabía que esto era pecáo”…
y cosas por el estilo. Tiempo después, cuando ya estaban citados a
juicio, murió Franco, el Rey tomó posesión y hubo un indulto
general. Se libraron de la quema, y uno de ellos, comunista confeso,
reconoció el favor que le habían hecho aquellos de la oprobiosa.
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