miércoles, 23 de julio de 2014

PANADERÍA



Las colas en el súper

Las cosas que suceden en los establecimientos públicos son para escribir más de un libro. ¿Qué hostelero, tendero, peluquero o cualquier otro profesional que se ocupe de la atención al cliente, no tiene tantas historias y anécdotas para contar que darían para una enciclopedia? En más de una ocasión hemos contado en estas páginas alguna de esas historias, aconteceres que nos han sucedido a Duke y quien suscribe. La que hoy les cuento se ha reiterado en un montón de ocasiones. Ya saben, esos recados de la mandakari que ya se toman como algo tan cotidiano como el pan nuestro de cada día. Pues a por pan, precisamente, vamos todos los días al super con la sana intención de hacer el mandado de forma rápida y expedita, procurando la mínima espera en el puesto y en la caja, y hace unos días nos sucedió lo que tantas otras veces. Entramos en el super raudos como flechas y en el pasillo que nos dirige hacia la panadería, por cierto con mercancías dispuestas para ser colocadas en las estanterías, nos encontramos con una señora oronda que camina lentamente y nos impide el paso. Como somos corteses, y no nos es posible saltarla ni mucho menos rodearla, caminamos tras ella hasta llegar al puesto donde se para y, tras esperar su turno, empieza nuestro calvario. “Fulanita, ¿guardásteme la docena de casadielles que te encargué ayer?, hay fía están buenísimes…” Y la empleada se las envuelve y embolsa. “Oye, eses que tienes ahí donde aquell’otro ¿qué ye de nata o crema?..., pues dame media docena”. De nuevo el embolse. “Ponme ocho palmeres de chocolate y seis normales”. Más embolse. Mientras tanto nosotros impacientes dándole al pie y pensando que todo eso no se lo podía comer ella solita. O sí. Continúa el pedido, “¡ah!, ponme también esas dos espigas de cabello de ángel”. Acabáramos, yo que quería una y me acabo de quedar sin ella. ¡Hay que joderse! Y, luego de escrutar la vitrina y pedir alguna chuche más, por último el pan. Medio bregáo, cuarto de no se qué y seis bollos preñáos. Digo yo que eso será pa to la semana… Todo al carro y se va. Llega mi turno. “¿No te quedan espigas?”. - Se las llevó la señora que iba delante, me contesta la empleada. “Pues dame el pan de siempre, anda. Embolse y me voy corriendo a caja donde me encuentro de nuevo con la gorda descargando en el mostrador el carráu pasteleru de los cojones. Veinte minutos pa comprar una puñetera barra de pan, oiga.

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