Una cosa para cada edad
En
una de esas mutuas introspecciones que Duke y yo hacemos todos los
días, sentados en una terraza tomando un cafelito y al lado de un
hombre ya de setenta y tres damas de parecida edad, una de las cuales
parece ser su esposa. Hablan los cuatro de diversas cosas, pero
nosotros dos no estamos a lo que ellos tertulian. Estamos en nuestra
misma mismidad, como dice una buena amiguina mía. En esto oigo una
frase que dice el varón del grupo: “Cuando hay apetencia ya no hay
potencia”. Luego permanezco un poco atento, no mucho, y
evidentemente estaban hablando de eso, de la edad, de lo que antes
podían hacer y ahora no pueden, por mucho que quieran. De las
comidas, las salidas, la actividad diaria… En fin, de que no es lo
mismo tener treinta que setenta tacos. Claro que no. Y en éstas a
Duke le vino a la quijotera un viejo chiste que, no hace muchos días,
habíamos visto en la web de un amigo de esto del deporte de correr
(no lo entiendan en el sentido que no es): Un anciano de 90 años va
al médico para un chequeo rutinario. El doctor le pregunta cómo se
siente. “Nunca estuve mejor, mi novia tiene 20 años, está
embarazada y esperamos un hijo”, le contesta. El galeno piensa un
instante y le dice. Le voy a contar una historia. Un cazador que
nunca se perdía la temporada de caza, salió un día tan apurado de
casa que se confundió cogiendo el paraguas en vez de la escopeta.
Cuando llegó al bosque le salió al paso un oso enorme. El hombre
levantó el paraguas, apuntó y disparó. ¿A que no sabe qué pasó?
No, respondió el anciano. Pues que el oso cayó muerto a los pies
del cazador. ¡Imposible!, dijo el nonagenario, alguien más debió
de haber disparado. “Pues, claro hombre, ahí quería llegar yo”.
Como
ustedes saben, la realidad supera siempre a la ficción. No es
cuestión baladí. Siempre nos apetece algo que no podemos tomar
porque no podemos hacerlo. O no deberíamos. Unos pasteles a quien
padece diabetes, unos chorizos a quien tiene el colesterol en casa
dios, o un cubalibre a quien ya tiene el hígado encebollado. Por no
hablar ya de lo que todos ustedes están pensando desde el principio,
de aquello de las chicas o los chicos, que ellas también tienen
malos e impuros pensamientos. ¡A que sí, né! Lo de matar un oso
con paraguas no pasa sólo en los chistes, no. Siempre hay alguien
que vela por nosotros y cuida de que no nos excedamos en asuntos que
no nos competen. En mi caso, es Duke quien me frena. “Tú a
escribir lo que yo te diga”.
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