Las semifinales del Mundial
Los dioses del fútbol lloran sobre Brasil. El mismo día en
que se enterraba a la Saeta Rubia, sus compatriotas se arrastraban penosamente
por el césped, magníficamente secundados por sus contrarios los tulipanes, o la
ya mal llamada Naranja Mecánica, en todo un partido de semifinales que quedará
en la historia para el olvido. Si algunos lo recuerdan, muy parecido a aquel
que, en los mundiales de 1982 celebrados en España, jugaron en El Molinón las
selecciones de Alemania y Austria, conchabadas para joder a Argelia y dejarla
descolgada en la fase de grupos. Parece que en ambos encuentros ninguno de los
contendientes quería acercarse a la puerta del contrario y marcar. Sin más
importancia en el de Gijón, puesto que no habría prórroga, pero vergonzoso en
el de Sao Paulo bajo una fina lluvia que talmente parecían las lágrimas de Don
Alfredo derramándose sobre el Coliseo del Corinthians viendo la inutilidad y la
impotencia de los compañeros de la Pulga Cósmica hacer poco menos que el gili.
Lágrimas que seguramente se juntaron con las de Johan viendo a los de Robben
hacer lo propio. Mientras que Franck
Beckenbäuer, otro dios, se frotaba las manos viendo a sus posibles rivales en
la final. Como si juegan los veintidós, pensaría para sí. Porque el día
anterior, en la primera semifinal, los de Klose y Kross dieron una lección de
fútbol a los cariocas que pasará también
a la historia de los mundiales y metiéndoles un baño que talmente parecía que
el Amazonas entero se había caído sobre sus cabezas. Todo un bodrio y todo un
baño en cada uno de los casos. Sin más apelativos.
Antes del comienzo del partido de Sao Paulo, el mi amigu,
Antón, pidió a Duke un pronóstico y yo mismo le contesté que el mi platerín no
sabía d’esto, que era yo el entendíu. Y lo cierto es que no le conté toda la
verdad porque resulta que yo veo lo que pronostica una amiga que tengo en
Mieres que no acierta una y luego yo auguro todo lo contrario. Y me había
resultado hasta ayer, así que le dije que ganaba Holanda en la prórroga por un
miserable gol. Ni miserable, ni gol, ni hosties. Menudo coñazo que nos
brindaron los chés y los tulipas. Así que ¿vosotros creéis que merez la pena
quedase levantáu hasta la una pa ver esta vergüenza?, a que no. Por eso marché pa la cama, y la mi
amiga Susana púsose a ver a Sissí Emperatriz. Ahí ganaron los buenos.
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