martes, 1 de julio de 2014

ME CAES PEOR, MACHO



Cuando las apariencias no engañan

Cáesme muy mal, tío. ¿Qué quiés que te diga? No se de qué me conoces, pero siempre tienes que dame la vara cada vez que me ves por ahí. Y yo, que soy muy educáu, aguántote pa no tener que mandate a tomar por donde la espalda se acaba, por la parte baja. Además, yes feu de cojones, oye; tienes el culo pequeñu y la tripa grande, barrigón. Pero ye que, por si fuera poco, güélete el alientu, cántate el alerón y parez que no cambies de calzoncillos desde el últimu mensaje del rey. Y ye que lo mismo da oíte que mírate, escuchate, vete o aguántate. Por eso prefiero ignorate.

Luego, resulta que lo sabes to. Ye igual que se hable de política, que de deporte, de sociedá, de economía, que de muyeres. Da lo mismo, tú méteste en el matu y grites como si tuvieras razón, y pa que te vea la gente como si fueras guapu y listu. Pero el casu ye que no tienes ni pajolera idea de na, macho. Sin embargo son los demás los que tan equivocáos, los que van en dirección contraria por la carretera. Tú siempre en tus trece. “Vas decímelo a mí, hó. Lo que yo te diga”. Y si te lo ponen en tela juiciu y quiés pruebes tampoco te vale meter el déu en la llaga como Santo Tomás. Siempre tienes razón, aunque tés más perdíu qu’el carro de Manolo Escobar, el probe.

Todos conocemos a mucha gente que sin ver, oler, escuchar y aguantar a ciertos personajes, y personajas, dicen y afirman convencidos: “que mal me cae”. Últimamente oí a uno decir que le caía fatal Pablo Iglesias, el líder de esi partido nuevu “Podemos”. Y ye que a esti ya-í caía mal el Pablo Iglesias original. El que tién calles por tol país. Pero, ¿qué i vamos a hacer? El casu ye que no es lo mismo que alguien te caiga mal sin conocerle, porque tú te caes mal a ti mismu porque yes un repu, a que alguien te caiga mal porque no pués soportalu con la vista, el olfato, el oídu y los otros sentíos. Hasta el del humor. No ye lo mismo, no.
Cuando yo era chavalín, caíame horrorosamente un tío con el que nunca había habláo. Ni siquiera había estáo nunca al lao d’él. Pasaron unos años y, por circunstancies de la vida, conocilu y hicímosmos muy buenos amigos, y aún lo somos. Pero, claro, él olía a Brut de Fabergè, preguntaba antes de hablar y llevaba a les moces de calle. A lo mejor era por eso por lo que no podía velu. Pero lo tuyo ye otru cantar, macho.

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