Mamandurrias
Resulta algo incuestionable el hecho de lo mastodóntico de
nuestra administración. La del Estado, la autonómica, la municipal, la
periférica y hasta la de Loterías. Está contrastado que el número de empleados
de todas ellas, entre funcionarios, contratados y mediopensionistas, es dos o
cuatro veces mayor que el de los países europeos de nuestro entorno que tienen
bastantes habitantes más que el nuestro. ¡Vivan las paradojas! Pero es que un
problema aún mayor que este, sí aún cabe, es el de la multitud de aprovechados
nombrados a dedo que viven y pululan alrededor de la mayoría de los políticos,
incluidos los de medio pelo. “Los cuñáos, amiguetes y demás especímenes”. Esos
y esas que, sin haber tenido oficio ni beneficio en su vida, se convierten de
la noche a la mañana en “asesores de”. Gentes que deben de saber mucho de
gastronomía, caldos destilados y fermentados, putiferios variados y hasta de
física cuántica. De todo menos de lo que realmente deberían de saber para
ostentar ese título que tanto mola. Esos que conoces de vez en cuando y te dan
una tarjeta con el sello de la institución u organismo correspondiente donde,
además de su nombre, consta bien visible eso de “Asesor de la madre que lo
parió”.
Tengo mis dudas de que sea cierto -por su desmesura-, pero no
hace mucho oí que no se qué presidente de no se cuál autonomía o empresa
pública disponía de la friolera de cincuenta asesores. ¡Cágate lorito!, así no
es de extrañar que nuestro déficit público se dispare por las nubes. Sin ir más
allá, y hasta no hace mucho tiempo, aquí en Asturias Patria querida hubo un
solo diputado, que luego se fue para ser miembro de la mesa del Congreso, del
que se dijo que disponía de cinco asesores. Nada más y nada menos. Si esto fue
así por entonces, digo yo que ahora deberá de tener quince o veinte. ¿Qué
menos? Pues acaben con esta mamandurria. Si no saben, no vayan.
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