En mi noveno cumpleaños
Reflexionar mucho y hablar poco.
Es el secreto para aprender mucho (Probervio
chino)
Ayer, era casi medianoche, saqué a mi amigo Marce a pasear por el
Parque Dorado de Sama. Lo hacemos todos los días, aunque no a esas
horas. Yo, que soy un perro, disfruto con esos momentos, aunque esté
frío. Y lo estaba. Pero, como siempre salimos sobre las ocho de la
tarde, esto para él era un premio especial. Y yo, atento y cordial,
le acompañé. No, en vano, es quien mejor me comprende y con quien
mas comparto mis asuntos . Somos excelentes amigos (creo que él ya
lo ha comentado en estas páginas), pero, como en toda amistad, ambos
tenemos nuestras pequeñas disputas y nunca nos lo reprochamos. Él
se para a hablar con los suyos, sean machos o hembras, y yo, aunque
no haya nadie de los míos de compañía, espero pacientemente a que
termine (y hay veces que tarda en terminar). A cambio él permite que
me pare a jugar con mis amigos y a cortejar a mis amigas. Y comprende
mi sexto sentido esperando siempre a que satisfaga mis veleidades
olfativas, porque soy un auténtico perfumista, y mi amigo lo sabe.
Por ese intercambio permanente de mutuas tolerancias nos queremos,
somos colegas, y no podríamos vivir uno sin el otro. Pero a lo que
iba desde el principio: Paseábamos juntos por el parque, cuando veo,
de lejos, que dos individuos amigos discuten airadamente, mientras
tres de nosotros se observan y, asustados, permanecen en silencio.
Alarmado, sujeto a mi dueño no sea que vaya a meter mas lío. La
pequeña batalla se termina y la heterogénea reunión se disuelve.
Seguimos camino y, al poco rato, nos encontramos con uno de los
presuntos rivales. Dos pequeños colegas que van sujetando a su
amigo, muy parecido al mío, que comienza a contarle lo que ha
pasado: ha amenazado al otro con denunciarle porque aquél había
hecho ademán de dar una patada en el culo a su compañero y, además,
ha dicho que mal ejemplo le estaba dando a su hijo, que le
acompañaba. Marce y yo escuchamos el relato con cierto escepticismo.
Acto seguido nos despedimos y, no pasan dos minutos cuando, nos
encontramos con la parte contraria: un colega algo mayor que yo
acompañado de sus amigos, un padre y un hijo. Como había pasado con
los anteriores, los amigos se ponen a hablar mientras yo juego con
este colega que me parece mas simpático que los otros, y hablan
durante un rato. Aquel amigo dice al mío que, el otro, había
amenazado con denunciarle por llevar suelto a mi colega y, él y yo,
al igual que había pasado con los anteriores, nos miramos y decimos:
¿De dónde han sacado esta historia?. ¿Qué es lo que les pasa a
nuestros amigos?. Nosotros no tenemos estos problemas. Nos olemos,
jugamos si procede y nos vamos tan contentos. ¡Ya nos conocemos,
hasta la próxima!. Nosotros somos el pretexto para que ellos se
hablen y se conozcan un poco. Nos marchamos, y hasta llegar a casa,
he pensado hacer esta columna, y escribirla yo en esta ocasión. Por
eso no hago puntos y aparte. Luego, ya nervioso por lo sucedido, mi
amigo me hace las abluciones de todos los días: mis patas, mi hocico
y partes. - ¿Por qué todos me tienen que tocar los “huevos”,
sin permiso ni anestesia?. Al mío se lo permito pero, estos amigos
de mi amigo son una nota. Y algunos de mis colegas, que les llevan
sujetos con la correa, deberían de leerme y pensar que, de vez en
cuando, hay que soltarles, aunque les multen.
Marce me dice que ésta es la última vez que me deja hablar porque
yo sí que soy una nota. Me dice que soy un liante.
Pues haz tú las columnas. Yo te las seguiré dictando.
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