miércoles, 19 de agosto de 2015

EL DON DEL CONSTUMBRISMO

RICARDO VAZQUEZ MONTOTO


Prólogo de mi libro, "YO ESTUVE ALLÍ"




En tiempos de globalización, cuando las calles se parecen, los escaparates exhiben lo mismo, las construcciones son similares, las vestimentas ya no anuncian la procedencia del individuo y el mundo entero se comunica mediante el nuevo esperanto –un inglés macarrónico que igual vale para entenderse con un chino que con un ruso o un yemení-, se echan de menos los olores, sabores y colores autóctonos, los sonidos, las expresiones y los acentos de la tierra más próxima, los cuadros y fotografías que representan lo cercano y conocido, lo nuestro.
Leo a Marcelino y me transporto a Langreo, a las calles de Lada, a un chigre de Tuilla, a un parque de Sama. Y pongo cara a sus personajes, al grupo que echa horas alrededor de la mesa de un bar, al policía local que vigila que los canes respeten las ordenanzas, a los ancianos que conversan sentados en un banco. Porque Marcelino hace del costumbrismo virtud, impregnando sus escritos de ese toque melancólico tan nuestro, vistiéndolos con el elegante velo de la nostalgia poética y perfumándolos con el picantín de la retranca y la socarronería que, para ser comprendidas, necesariamente tienen que haber sido vividas. Las columnas de Marcelino son fieles retratos, crónicas de pasado y presente, en sepia o alta definición, escritos que evidencian estanterías cargadas de literatura, cientos de horas de cine y amor por el trabajo bien hecho. Porque las columnas de Marcelino están trabajadas con esmero, documentadas, pulidas, cuidadas al detalle, como hermosas piezas de colección.
Pero todo ello esconde un secreto: Duke.
“Cuanto más conozco a la gente más quiero a mi perro”. Esta frase lapidaria se adjudica a Diógenes de Sínope, el filósofo griego que llevó hasta tal extremo los ideales de privación e independencia de las necesidades materiales que, tiempo después de hacer pública tan afortunada sentencia, al buen hombre se le fue la pinza, para acabar patrocinando un síndrome de lo más desagradable.
Si tras todo gran hombre hay siempre una gran mujer, tras un gran perro no siempre hay un gran escritor. Por suerte, junto a Duke está Marcelino, que tiene la rara capacidad de traducir al lenguaje humano los pensamientos de un perro formidable.
Durante años, Antonio Gala mantuvo interesantísimas conversaciones con Troilo, un teckel fascinante. Truman Capote se carteaba con Charlie cada vez que salía de viaje. Pinka guió la pluma de Virginia Woolf. Como hizo Boatswain con Lord Byron.
Todos los que tenemos o hemos tenido la fortuna de compartir la vida con un buen perro, sabemos de su sabiduría y templanza. Y la experiencia nos recomienda escucharlo con atención y hacer todo lo posible por entenderlo y seguir sus consejos.
De los componentes del reducido grupo de aguerridos columnistas de La Nueva España de las Cuencas, Marcelino es el único que charla habitualmente con su perro, Duke, convertido en toda una institución en nuestro ámbito de influencia. Y columna tras columna demuestra una sobresaliente habilidad para interpretar sus pensamientos. Duke es un ser reflexivo, de orden, con los conceptos claros y las patas firmes sobre el terreno que pisa. Y Marcelino lleva al papel con mimo lo que le cuenta su compañero, cuidando las palabras para que transmitan fielmente sus ideas, evitando la exageración, la ampulosidad, lo innecesario, de modo que la columna resultante sea siempre magra, sin desperdicios. Duke le sugiere que hay que querer la tierra que a uno lo ve nacer y lo acoge. Y Marcelino trata y relata la suya con delicadeza y respeto, acariciándola como se hace con el laceo cabello gris de una abuela, dando una tenue luz a los recuerdos, divulgando pueblos y pueblinos, pregonando lo que merece ser pregonado, haciendo crónica de su calle, su plaza, sus gentes, pintando un cuadro en el que nos podemos reconocer. Y aunque el escrito verse sobre la actualidad internacional, las finanzas o sucesos allende las fronteras, casi siempre hay un momento para lo de casa, la referencia a algo de Langreo, pasando con absoluta naturalidad del castellano al asturiano y viceversa, de la frase formal al chascarrillo de aldea, de lo global a lo vecinal.
Según vaya avanzando por las páginas de este libro, el lector descubrirá la profundidad del pensamiento de Duke y la maestría de su inseparable compañero al darle forma de escritura humana.
Porque Marcelino es fiable, como no puede ser de otro modo. Un tipo que charla con su perro es de plena garantía.

Ricardo V. Montoto

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