RICARDO VAZQUEZ MONTOTO |
Prólogo de mi libro, "YO ESTUVE ALLÍ"
En tiempos de globalización,
cuando las calles se parecen, los escaparates exhiben lo mismo, las
construcciones son similares, las vestimentas ya no anuncian la procedencia del
individuo y el mundo entero se comunica mediante el nuevo esperanto –un inglés
macarrónico que igual vale para entenderse con un chino que con un ruso o un
yemení-, se echan de menos los olores, sabores y colores autóctonos, los
sonidos, las expresiones y los acentos de la tierra más próxima, los cuadros y
fotografías que representan lo cercano y conocido, lo nuestro.
Leo a Marcelino y me transporto
a Langreo, a las calles de Lada, a un chigre de Tuilla, a un parque de Sama. Y
pongo cara a sus personajes, al grupo que echa horas alrededor de la mesa de un
bar, al policía local que vigila que los canes respeten las ordenanzas, a los
ancianos que conversan sentados en un banco. Porque Marcelino hace del
costumbrismo virtud, impregnando sus escritos de ese toque melancólico tan
nuestro, vistiéndolos con el elegante velo de la nostalgia poética y
perfumándolos con el picantín de la retranca y la socarronería que, para ser
comprendidas, necesariamente tienen que haber sido vividas. Las columnas de
Marcelino son fieles retratos, crónicas de pasado y presente, en sepia o alta
definición, escritos que evidencian estanterías cargadas de literatura, cientos
de horas de cine y amor por el trabajo bien hecho. Porque las columnas de
Marcelino están trabajadas con esmero, documentadas, pulidas, cuidadas al
detalle, como hermosas piezas de colección.
Pero todo ello esconde un
secreto: Duke.
“Cuanto más conozco a la gente
más quiero a mi perro”. Esta frase lapidaria se adjudica a Diógenes de Sínope,
el filósofo griego que llevó hasta tal extremo los
ideales de privación e independencia de las necesidades materiales que, tiempo
después de hacer pública tan afortunada sentencia, al buen hombre se le fue la
pinza, para acabar patrocinando un síndrome de lo más desagradable.
Si tras todo gran hombre hay siempre una gran mujer,
tras un gran perro no siempre hay un gran escritor. Por suerte, junto a Duke
está Marcelino, que tiene la rara capacidad de traducir al lenguaje humano los
pensamientos de un perro formidable.
Durante años, Antonio Gala mantuvo interesantísimas
conversaciones con Troilo, un teckel fascinante. Truman Capote se carteaba con
Charlie cada vez que salía de viaje. Pinka guió la pluma de Virginia Woolf.
Como hizo Boatswain con Lord Byron.
Todos los que tenemos o hemos tenido la fortuna de
compartir la vida con un buen perro, sabemos de su sabiduría y templanza. Y la
experiencia nos recomienda escucharlo con atención y hacer todo lo posible por
entenderlo y seguir sus consejos.
De los componentes del reducido grupo de aguerridos
columnistas de La Nueva
España de las Cuencas, Marcelino es el único que charla
habitualmente con su perro, Duke, convertido en toda una institución en nuestro
ámbito de influencia. Y columna tras columna demuestra una sobresaliente
habilidad para interpretar sus pensamientos. Duke es un ser reflexivo, de
orden, con los conceptos claros y las patas firmes sobre el terreno que pisa. Y
Marcelino lleva al papel con mimo lo que le cuenta su compañero, cuidando las
palabras para que transmitan fielmente sus ideas, evitando la exageración, la
ampulosidad, lo innecesario, de modo que la columna resultante sea siempre
magra, sin desperdicios. Duke le sugiere que hay que querer la tierra que a uno
lo ve nacer y lo acoge. Y Marcelino trata y relata la suya con delicadeza y
respeto, acariciándola como se hace con el laceo cabello gris de una abuela,
dando una tenue luz a los recuerdos, divulgando pueblos y pueblinos, pregonando
lo que merece ser pregonado, haciendo crónica de su calle, su plaza, sus
gentes, pintando un cuadro en el que nos podemos reconocer. Y aunque el escrito
verse sobre la actualidad internacional, las finanzas o sucesos allende las
fronteras, casi siempre hay un momento para lo de casa, la referencia a algo de
Langreo, pasando con absoluta naturalidad del castellano al asturiano y
viceversa, de la frase formal al chascarrillo de aldea, de lo global a lo
vecinal.
Según vaya avanzando por las páginas de este libro, el
lector descubrirá la profundidad del pensamiento de Duke y la maestría de su
inseparable compañero al darle forma de escritura humana.
Porque Marcelino es fiable, como no puede ser de otro
modo. Un tipo que charla con su perro es de plena garantía.
Ricardo V. Montoto
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