Lo triste de la Navidad
No soy muy amante de las fiestas y la verdad es que, cada año
que pasa, las de Navidad, Año Nuevo y Reyes se me hacen cuesta arriba y, como
decía mi amigo Florín, ansío que terminen antes de haber empezado. Ya lo deseo
con el ruido de los bombos de la lotería y el soniquete mañanero de los niños
del colegio ese. De manera que hoy que es San Telesforo y víspera de Reyes no
estaba muy por la labor de darle a la tecla porque la fiesta me dejó tocado y,
por si ello fuera poco, todo se agravó con la triste noticia del fallecimiento
de Viri, mujer menuda, alegre y vital, conocida y apreciada en todo Sama. De
sonrisa perpetua y caminar ágil. Pues el caso es que al salir del tanatorio me
encuentro con Julio César, el hijo de Cice Velasco, que está aquí pasando las
fiestas. Después de muchos años nos paramos a conversar un largo rato y
hacernos unas fotos. Ambos coincidimos en opinar que en estas fechas siempre
ocurren hechos trágicos y luctuosos. Él, que vive en un pueblecito entre
Valencia y Castellón, me dice que no pasa una Navidad en que, cuando vuelve a
casa como El Almendro, no tenga que asomarse por el tanatorio tres o cuatro
veces. Y yo le digo que no es sólo eso, sino que no hay Navidad en que no haya
alguna tragedia de las sonadas. Una inundación, un tsunami, un incendio como el
ocurrido en un rascacielos de Dubaí, o todo ello junto. Quizás, y es seguro
que, estas cosas ocurren del mismo modo a lo largo de todo el año. Las
estadísticas no se equivocan. Pero también es cierto que en estas fiestas nos
sentimos más afectados y conmocionados por estos acontecimientos. A lo mejor es
eso que llaman el Espíritu de la Navidad.
Un espíritu que hace el milagro de que todos nos queramos
más, nos deseemos paz, salud y felicidad, para luego esperar un año entero a
que vuelvan a nosotros esos hermosos sentimientos, porque a partir del día de
Reyes, cuando las luces se apagan y se acallan los villancicos, todo vuelve a
la normalidad, a las prisas y los malos humores. Pero, créanme, vale la pena
encontrarse con viejos amigos y recordar antiguos aconteceres. Aunque, como
dice Julio, sea a las puertas de un tanatorio y con la tristeza de haber
perdido a una buena mujer. Esas cosas me llevaron a escribir lo que ahora leen.
¡Que seas feliz allá donde estés, Elvira!
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