Un bebé en el Congreso
Desde que tuvo lugar la constitución del parlamento el pa
sado
día 13 han corrido ríos de tinta, y chorros de voz, acerca de la presencia de
un bebé de seis meses de edad en la bancada de Podemos. El hijo de la diputada
y número tres del partido, Carolina Bescansa, que lo llevó allí para que
descansase y de paso darle de mamar. Porque puede, ¿cómo no? Y se virtieron
opiniones de todos los colores y para todos los gustos que no vamos a resumir
aquí. Pero nosotros pensamos, sin que nos quepa la menor duda, que ese
acontecimiento no es más que una representación teatral del partido emergente
porque, al margen de la existencia de una guardería en las dependencias, el
guaje iba con tata, esto es que llevaba una cuidadora que, sin duda, le cuidó
cuando después del acto salieron eufóricos a la calle con Carolina sujetando el
trapu, acompañada de Pablo y de Íñigo que, por lo que se ve, ya no necesita
tata ni que le den de mamar. Lo de chupar del tetu ye otru cantar.
Imaginemos por un momento que veinte o cincuenta diputadas,
de entre el 40 % de las que hay actualmente, siguiendo el ejemplo de Carola, se
les ocurre llevar a las sesiones del Congreso o del Senado a sus vástagos, y
vástagas, porque no tienen dónde dejarles y de paso ahorrarse unas pelillas.
Cada dos o tres horas el Presidente tendría que declarar recesos y decir: “se
interrumpe la sesión. Es la hora del Colacao. Del mame, o del bocata de
nocilla”. Llegaría un momento en que muchos abandonarían porque, evidentemente,
así no hay quien legisle, que es a lo que van allí y no a escuchar lloros y
pataletas, y a ver cómo tienen sus razones sus señorías diputadas. O para
distraerse viendo lo ricu que ye el neñu, la marca de pañales y los aromas de
la caquita. ¡Qué va, no ye serio!
Luego está la forma de prestar promesa verbal y gestual, que
no juramento, de todos los diputados del futuro grupo -o de los futuros-, cada
uno con su propia fórmula y todos con una distinta, de manera que el resto de
diputados estaban absortos y alucinados con el esperpéntico vodevil que allí
estaba teniendo lugar. Con lo fácil que ye decir “Sí, prometo” y acabar el acto
protocolario de una puñetera vez, que me despertáis al neñu. Por eso debieron
de apagar la megafonía. Total, que estaremos pendientes a ver si se repite.
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