La fiesta celta y El Tenorio
Hace unos días he oído en algún
sitio que, actualmente, en España tiene casi tanto o mas
predicamento comercial la celebración de Halloween que la propia del
Carnaval. Me refiero a todo el ceremonial que el marketing hace girar
sobre estos eventos paganos, como puedan ser los disfraces, las
fiestas, los desfiles, etc., etc. “Jalogüin” es una fiesta
proveniente de la cultura celta que se celebra en los países
anglosajones en la noche del 31 de octubre, principalmente son
Estados Unidos (todos), Canadá, Irlanda y el Reino Unido los que,
tradicional e históricamente (desde 1864), lo han celebrado, pero la
fuerza expansiva de EE.UU., y sobre todo de Hollywood, ha hecho que
se haya popularizado también en otros países occidentales, como el
nuestro, porque es que en España cualquier pretexto es bueno para
andar de parranda, hasta tal punto que, con seguridad, cuando estas
lineas vean la luz hoy sábado día de Todos los Santos, muchos
espíritus trasnochadores aún estarán de romería sin saber qué es
lo que realmente celebran o a quien tienen que dar un buen susto.
La historia de Halloween se
remonta a hace mas de 2500 años, cuando el año celta terminaba al
final del verano, precisamente el 31 de octubre de nuestro
calendario. Como ocurre hoy en día, el ganado era llevado de los
prados a los establos para pasar el invierno, y ese último día se
suponía que los espíritus de los muertos salían de los cementerios
y se apoderaban de los cuerpos de los vivos para resucitar. Para
evitarlo, los poblados celtas, ensuciaban las casas y las decoraban
con huesos, calaveras y cosas desagradables a fin de ahuyentarlos.
Pero, esa noche, no solo vagaban los espíritus de los muertos sino
toda clase de entes procedentes de todos los reinos espirituales, de
entre los que había uno, terriblemente malévolo, que deambulaba por
pueblos y aldeas yendo de casa en casa ofreciendo “Truco o Trato”.
Este era, según la leyenda, el espíritu de Jack O'Lantern que usaba
sus poderes para hacer “truco”, maldiciendo la casa y sus
habitantes con toda clase de infortunios, como enfermar a la familia,
matar al ganado con pestes, o hasta quemar la propia vivienda. El
dueño de este espíritu había tenido una reputación de persona tan
malvada que rivalizaba con el mismísimo Satanás. Con ese nombre se
conoció a la famosa calabaza de “Jalogüin”. Por eso siempre era
mejor aceptar el “trato” que, años mas tarde y hasta la
actualidad, adoptaron los niños para ir por las casas y obtener
golosinas so pena de gastar a sus habitantes una pequeña broma como
la de arrojar huevos o espuma de afeitar contra la puerta.
Los pueblos celtas comenzaban sus
ciclos temporales por la mitad oscura: la jornada se iniciaba con la
caída del sol, y el año con el principio del invierno. Así, con el
“Samonis”, que equivalía a nuestro 1 de noviembre, los celtas
iniciaban el invierno con festejos que concluían con la “fiesta de
los muertos”. En el año 998, San Odilón, abad del monasterio de
Cluny, al sur de Francia, instauró para el día 2 de noviembre la
festividad de Todos Los Fieles Difuntos en la orden benedictina. En
el siglo XIV Roma lo aceptó y extendió a toda la cristiandad. Y así
completamos el ciclo, todo él de origen pagano: 31 de octubre
“Jalogüin”, 1 y 2 de noviembre días de “Todos los Santos” y
“Los Fieles Difuntos”, respectivamente.
Hace muchos años, y esto es
rigurosamente cierto, cuando las gentes tenían el miedo y respeto
por los cementerios que hoy no se tiene, ocurrió en Lada que a un
enterrador que se pasaba el tiempo en el camposanto, las gentes le
preguntaban si no tenía miedo, a lo que, adusto, les replicaba que
solo eran muertos. Un buen día, un vecino, sabiendo que nuestro
protagonista almorzaba sentado contra la tapia y justo donde había
un pequeño hueco, metió por él la mano y lo zarandeó al tiempo
que, con voz de ultratumba, decía su nombre. El enterrador azotó su
bocadillo y, aterrorizado, corrió hasta Lada sin parar gritando
desaforado: “los muertos están vivos”.
Pero lo que a realmente nos gusta
no son calabazas iluminadas, santos ni difuntos. Nos chifla aquello
de “Clamé al cielo y no me oyó, mas si sus puertas me cierra, de
mis pasos en la tierra, responda el cielo, y no yo”. Esto es lo que
Duke piensa: “Aquí está Don Juan Tenorio, para quien quiera algo
de él”.
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