Un país de herederos
Al paso que vamos va a resultar que en este bendito país
todos, o casi todos, los políticos, sindicalistas, funcionarios y empresarios
se estuvieron haciendo ricos gracias a herencias olvidadas que habían recibido
de sus ancestros que, en su día, malvivieron trabajando como negros sirviendo
comidas y bebidas o jugándose la piel en cualquier recóndito lugar de la
geografía patria. En estos últimos días han aparecido cincuenta y un nuevos
herederos, y da la casualidad que todos son, o fueron, presidentes o consejeros
de algo, funcionarios o sindicaleros de
ese algo o vaya usted a saber. Este país tiene una riqueza sistémica gracias a
testamentos ocultos que, de repente, salen a la luz, que hemos dicho el otro
día, como las setas. Creemos que ya está suficientemente claro el por qué todo
dios quiere entrar en política y nadie quiere salir de ella. Porque es la
manera de recibir una sustanciosa herencia de un padre que tenía una bicicleta
negra, una madre que los domingos iba a la iglesia en zuecos o un tío lejano
que estaba en la Conchinchina y tenía un rebaño de ovejas. Son sucesiones
inagotables de herencias a las que estamos, y seguiremos, asistiendo hasta que
alguien diga ¡basta ya!, aquí ya no hereda nadie más.
Tendrá que llegar el momento en que las gentes se rebelen
contra tantos herederos insospechados y contra los notarios que han hecho
posible esas fortunas que circulan de causante a heredero. Sobre todo contra
estos últimos. Contra el sistema que hace posible este latrocinio, que
posibilita este saqueo de las arcas públicas y este abusivo engaño de la
ciudadanía y de las mayorías silenciosas. Por lo pronto parece que alguien da
el primer paso, y así más de doscientos miembros de CC.OO. piden la cabeza de
su líder, Fernández Toxo. ¿Por qué será? Llegará el momento en que otro tanto
sucederá en el seno de otras organizaciones de herederos. En otros sindicatos,
en los propios partidos y en las organizaciones empresariales. Pero lo
españoles esperan con ansiedad el momento en que esas cabezas caigan, sean de
quienes sean. De pura podredumbre. Si, además de los propios herederos, el
sistema es el culpable de la corrupción generalizada a que asistimos, cambiemos
el sistema. Lo hemos dicho aquí, y aquí lo repetimos: La Transición hace tiempo
que ha llegado a su fin. Pongamos también fin a la canalla.
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