Viernes, 28 de Diciembre, aún no ha amanecido. He pasado la
noche en vela, nervioso, como si algo fuera a suceder de forma inminente e
irremediable. Duke duerme plácidamente, nada perturba su sueño, ni siquiera mis
preocupaciones. Tras reiteradas vueltas decido que es momento de salir a la
calle. Apenas son las cuatro de la madrugada, y así lo hago, en silencio, como
si tuviera la experiencia de un viaje astral. Ingreso en el exterior como quien
entra en un hormiguero en plena actividad. La calle hierve, unos van cargados
con bolsas de compra, otros forman tertulias en las esquinas. Las tiendas están
ya abiertas con gentes que compran y curiosean. Los escaparates lucen con todo
su esplendor. Hay tanta luz que parece una espléndida mañana de primavera.
Muchos niños juegan en la calle, su jolgorio realerta mis sentidos. Quiero
absorberlo todo y comienzo a caminar, sin prisas, con promesa de eternidad. Mi
presencia en la ciudad pasa inadvertida; nadie me sigue, nadie me ve..., pero
todos me sienten. Como casi siempre comienzo por el parque Dorado: Sus enormes árboles
ya se han desprendido de sus ocres ropajes, sin embargo el suelo no muestra el
más mínimo resto de las hojas muertas. No se ven papeles, colillas..., no hay vestigios de suciedad. Las pintadas y
los graffittis han desaparecido del quiosco de la música y de los servicios
públicos. Al final del campo, donde la depuradora del Triana, huele a invierno,
y no a cloaca. Desde allí observo a un Policía local que, amable, asiste a una
anciana a cruzar la calle y, cuando lo ha hecho, caballeroso, saluda al modo
militar. Me he percatado de que no lleva arma alguna. Paso hacia el paseo del
río y observo que las abundantes aguas bajan limpias, como lo está el fondo.
Las isletas y la vegetación que la avulsión a provocado con el tiempo ha
desaparecido. Y sus riberas, inmaculadas, resaltan la incomparable belleza del
cauce. He llegado a una altura del paseo donde habitualmente hay un par de
losetas sueltas que siempre esquivo porque tras la lluvia en más de una ocasión
he acabado con los pantalones pingando, y las he visto asentadas. Incrédulo las
tanteo para comprobar que, efectivamente, lo están. Prosigo mi camino y, entre
otras cosas, observo que las farolas están limpias y, todas, con luz; el césped
recién segado y primorosas las flores de temporada. Las papeleras vaciadas, los
bancos de piedra limpios y en su sitio, las barandillas del paseo recién
pintadas. Continúo mi camino y, a cada paso, no dejo de salir de mi asombro: La
nueva pasarela ya no tiene tablones sueltos y las telas de araña de los puntos
luminiscentes se han marchado con sus fabricadoras. Los bancos de madera han
sido barnizados, al igual que los pasamanos de la pasarela. Salgo de los paseos
para entrar en la carretera. El abundante tráfico discurre tranquilo, no se oye
un claxon, ni un escape libre. Los peatones se saludan cordialmente. Todo es
placidez, nada enturbia la tranquilidad de la mañana navideña, salvo mis dudas.
Compro el periódico y, perplejo, leo en primera página: "Zapatero y Rajoy,
junto a sus esposas, sorprendidos de copas en Madrid La Nuit". Vuelvo a casa con la esperanza de dormir un
rato y todo está como cuando la abandoné dos horas antes. Sin embargo Duke,
aunque dormido, parece desasosegado. Por cierto, pienso, en mi tourné no he
visto ningún animal, mejorando lo presente. Me acuesto y al poco, rendido, me
duermo profundamente.
Antes de que suene el despertador, Duke comienza a gruñir
y a darme en la cara con su pata. Son
poco más de las siete y me incorporo. Duke, despeinado, me mira con reprobación
y me dice: "¿Pero es que aún no te has dado cuenta de qué día es
hoy?".
Ves cosas y dices,
"¿por qué?". Pero yo sueño cosas que nunca fueron y digo "¿por
qué no?"
George Bernard
Shaw
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