Engreídos.
“Soy
la bomba, no hay nadie en el mundo más listu, más guapu y con mejor
tipo que yo. Me miro al espejo de mi vanidad y no encuentro en mí
falta alguna. Me quiero hasta la extenuación, me idolatro, no me
beso porque no llego. Tengo un ombligo perfecto. Mi historia es la
única que merece ser contada y oída, mis dolencias duelen más que
las ajenas. Mi vida es de novela, algún día será un best
seller. Meo Chanel Nº 5”.
Crean
ustedes que no estamos hablando de Belén Esteban, ni de Pipi
Estrada, ni siquiera nos referimos a Zapatero, ni a Rajoy. Hablamos
de todos o de casi todos, de un estereotipo humanoide. ¿Quién de
entre los más humildes no ha sentido en alguna ocasión la vanidosa
satisfacción de “salir en la foto”?, ¿a quién de ustedes le
desagrada un elogio, un aplauso o una lisonja?, ¿quién no siente el
irrefrenable deseo de sacar la cabeza por encima de la de los demás?
Pero tampoco queremos referirnos a eso, porque la carne es débil y
todos, alguna vez, hemos tenido y volveremos a tener debilidades de
ese tipo. ¿Dónde está entonces la diferencia? Pues muy simple,
queridos amigos, el matiz está en la habitualidad de esos
comportamientos. No es lo mismo tener un desliz que deslizarse por el
tobogán permanentemente. No es lo mismo tener una presunción que
ser un presuntuoso, un presumido o presumida. No es lo mismo.
Antes
de nada, yo. Después, yo. Para siempre, yo. Sesiones monográficas
interminables, si les dejas. Sobre su trabajo, sus hijos, su chalet,
su coche, su perro y hasta del tamaño de su…, eso. Dime de lo que
presumes y te diré de lo que careces, dice el adagio popular.
Carecer, esa es la palabra exacta. Estas personas carecen de
humildad; no tienen capacidad para escuchar, ni saben hacerlo; no
aprenden de nada porque ya nacieron aprendidos. Hablan y hablan,
hasta que encuentran algo que decir. Después meten la pata hasta la
corva. ¿Se acuerdan del “candelabro”? Y, en alguna ocasión, se
encuentran con la horma de su zapato. Este es el caso de aquel que,
un día sí y otro también, alardeaba entre sus amistades sobre sus
conquistas y sus hazañas amatorias: “Pues la semana pasada estuve
con la mujer del farmacéutico”, “pues ayer lo hice con la hija
del panadero y mañana quedé con la del carnicero”…, decía
ante la pasividad y aquiescencia de sus tertulianos. Y así todos los
días y a todas horas, hasta que un día el tonto del pueblo le dijo:
“Joder macho, entre tú y tu mujer os estáis tirando a todo el
pueblo”.
Ustedes
se preguntarán qué es lo que Duke piensa de todo este asunto y yo
les diré que Duke está confuso. Cada vez más. Tras alguno de estos
episodios, siempre piensa y se propone no volver a soportarlo y, al
igual que el tonto del pueblo, responder a estas personas y darles
con la puerta en las narices, sin embargo llegado el momento se
calla, como aquellos tertulianos, y traga sapos, culebras y todo lo
que le echen. Prudente que es él. Pero que nadie vaya a creerse que
esto va a ser siempre así. Sin ir más allá, ayer por poco muerde a
uno de estos yoístas. Porque ¿qué se creen?, que van a hacer o
decir lo que les venga en gana y salir indemnes. La educación, la
prudencia y el respeto a los demás empieza por uno mismo. Respeta si
quieres que te respeten. Nadie puede andar por ahí haciendo o
diciendo lo que se le antoja, pisando y humillando a los prójimos,
como quien no quiere la cosa, para irse después de rositas. Un
ladrido, un mordisco, o un puñetazo en la mesa a tiempo lo soluciona
todo. Faltaría más.
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