Hace falta algo más.
Desde hace cuatro años pesaba sobre él una orden de expulsión
del territorio nacional, orden incumplida de una parte y no ejecutada de otra.
En resumidas cuentas el imán de Ripoll, instigador de los atentados del pasado
jueves, 17, y aleccionador y lava cerebros de los terroristas que en ellos
participaron, debería de estar fuera España una vez dictada la orden, bien de
forma voluntaria, bien obligada. Sin embargo permaneció en nuestro país
conspirando y reclutando a jóvenes que, en un principio, estaban integrados
pero que acabaron con el cerebro corrompido en un procedimiento medido y bien
planificado por la Yihad. Un primer fallo de los responsables de la Justicia
que inmediatamente deberían de haber cursado la oportuna ejecutoria.
Por otro lado, más de cien bombonas de butano que fueron
suministradas en el chalet que explotó la semana anterior, cuanto menos
deberían de haber despertado alguna sospecha en el butanero que debería de
haber informado a las autoridades policiales, máxime teniendo en cuenta la
fisonomía y el aspecto de sus clientes. Son demasiadas bombonas para cocinar y
ducharse, como también son demasiadas para manipularlas e introducirlas en
vehículos que, sin duda, habrían provocado resultados mucho más devastadores y
trágicos que los que al final consiguieron.
Todo ello nos hace
pensar que, pese a que nuestros cuerpos antiterroristas son de los
mejores del mundo y que precisamente en España es donde más células yihadistas
se han desarticulado, sería necesario revisar métodos, arbitrar nuevos
protocolos, concienciar aún más a todos los ciudadanos de que nadie está libre
de ser asesinado por alguno de estos malnacidos y, en definitiva, abundar en
las tareas de vigilancia sobre todo aquél y aquello que pueda inducir a la
mínima sospecha, porque piensen ustedes que el camión del butano pudo llegar a
causar en distintos puntos de Cataluña una tragedia superior a la de Madrid.
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