Fíjate tú si llovía que los patos andaban por el parque a sus
anchas. Lo del río y los estanques ya era demasiado para ellos. Estuvieron a
punto de entrar en La Montera, pero el que iba delante movió el pescuezu y, con
lacónico “cuac”, dijo a los del resto de la fila que para entrar allí había que
llevar carné y ellos sólo disponían de fuá y magré. Muchos samenses fueron
testigos de ello, incluído Duke que, dicho sea de paso, también parecía un
pato. Fue algo parecido a lo del pasado dos de agosto, sábado, pero a lo bestia
y mucho más duradero. Las compuertas del cielo se abrieron y durante la tarde y
casi toda la noche dejaron vacíos los embalses celestiales. Y allí, en aquel
pueblín perdíu n’el monte, taba Corsino -el muy gilipollas- cortejando a
Marujina bajo la atenta mirada de su padre, Ferino, qu’era más burru que un
aráu. Cuando empezó a caer la noche y viendo que aquello no tenía traces de
parar, la moza fue a hablar con el padre y le dijo, “Mira pa, ya ves que esto
non para y pensé que, como Corsino vive p’al otru lao del monte y ta muy lejos,
podía quedase aquí a dormir y mañana temprano, si escampa, ya marcha pa su
casa…”. ¿Esi cabrón durmiendo en mi casa?, ni hablar. Fue la única respuesta de
Ferinón. La neña insistió: que si va a cae-í un rayu encima, que si pilla una
pulmonía, que si no va poder cruzar el arroyu…, en fin que Marujina consiguió
convencer a su padre, que consintió: “Bueno, vale. Pero va a dormir a la tená”.
Y así fue, cenaron, cada uno se fue a su dormitorio y Corsino p’al payar. O eso
pareció.
Poco después de la medianoche Ferino, que taba muy preocupáu
con la situación y no podía conciliar el sueñu, levantose de la cama y marchó
pa la tená pa comprobar qu’el otru taba allí formal. Pero no. Corsino non taba
allí. Y el paisano pilló un rebote de la virgen. Despertó hast’al gatu y empezó
a revolver la casa, desaforáu, dando voces y cagándose en la madre que parió a
la tormenta y al su futuru yernu. Y la fía llorando desconsolá, asegurando-í al
padre que no lu había visto desde la cena y que no habíen hecho na malo. Ni
bueno. Ya taba Ferinón aparejando la burra pa ir a buscalu al monte, cuando
apareció Corsino tiritando y caláu hasta la muela del pocu juiciu que tenía pa,
después de recuperar el resuellu, decir ufanu: “Hola, buenes. Que en mi casa ya
tan tranquilos. Fui a avisalos de que hoy no iba a dormir”.
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